Leo ahora el hilo que publicó en la red social Twitter un neumólogo español, el pasado día 8 de marzo, y siento esa especie de vértigo a posteriori que nos da cuando hemos estado a punto de caer por la escalera y recuperamos el equilibrio en el último momento. El hombre observaba la situación en su hospital, hacía cálculos y advertía de lo que podía pasar. Lo clavó: nos despeñamos por la escalera por nuestra fe en que volaríamos. Todavía estamos en el suelo, intentando averiguar cuántos dientes nos faltan. Hoy no sabemos ni siquiera eso.

Somos una sociedad en shock. Queremos señalar culpables pero ignoramos si ante nosotros hay un rellano grande o pequeño. No sabemos todavía cuánto falta antes del siguiente tramo de escaleras. Podría estar a un paso, a dos, a diez.

Seguimos a oscuras. Para no repetir la caída necesitamos luz: test y un seguimiento de los contagiados, determinar a quién han visto mediante la tecnología o la encuesta telefónica. No es una infraestructura de la que dispongamos. La tienen en lugares remotos como Corea del Sur, Singapur, China y Oceanía, el país de 1984.

NOS HEMOS hecho daño en la caída pero esto no es todavía la planta baja. No tenemos datos fiables sobre el número de españoles que han desarrollado inmunidad frente al coronavirus. Los expertos extrapolan datos: la estadística proporciona una foto tan engañosa como la de algunas aglomeraciones provocadas por el ángulo de la cámara. Los médicos a los que sigo insisten que no sabemos aún a qué distancia estamos de la llamada ‘inmunidad de rebaño’. Tampoco sabemos qué porcentaje de enfermos desarrollan anticuerpos, y ni siquiera cuán fiables son estos anticuerpos.

Miramos fotos fijas y dispersas del viento en un huracán: no percibimos el movimiento, lo recreamos con ilusiones ópticas. Puede que el verano que asoma sea una pausa, un rellano entre escaleras empinadas, pero a mí lo que me importa de veras es que el próximo tramo de escaleras sea menos traumático que el anterior.

Si no conseguimos bajarlo a pie, al menos tendremos que aprender a caer como lo hacía Buster Keaton, sin hacernos tanto daño.

Ni siquiera sabemos aún a ciencia cierta cuánto hemos aprendido.

*Escritor