La firma del acuerdo de paz entre Israel, de una parte, y los Emiratos Árabes Unidos y Baréin, de otra, con el consiguiente establecimiento de relaciones diplomáticas, da alas al previsible efecto dominó que tendrá en la región, encaminado a articular un mecanismo colectivo de contención frente a Irán. La operación responde a un tiempo al interés de EEUU de retirarse de Oriente Próximo, al deseo del frente suní y de las petromonarquías, dirigidas por Arabia Saudí, de aislar en lo posible la república de los ayatolás y al empeño de Israel de limitar la influencia de su principal enemigo. Trump se apunta un gran éxito diplomático, que seguramente tendrá una influencia menor en su campaña electoral pero que movilizará en su favor a una parte de la comunidad judía norteamericana. Dispuestos los señores del petróleo a diversificar sus inversiones y a asegurarse el respaldo estadounidense, la hostilidad hacia Israel era para ellos un obstáculo de igual o mayor envergadura que la disputa por la hegemonía en el golfo Pérsico, con el trono saudí dirigiendo la maniobra. Es improbable que el movimiento reciba críticas en las cancillerías occidentales, incluso si la reacción palestina e iraní es más que episódica.