Tras 20 años aprendiendo disciplinas gracias a las gaiatas, y viendo cómo Castellón no consigue motivar a sus jóvenes para que aprendan y disfruten con ellas, creo que ha llegado el momento de expresar mi opinión acerca del estado de salud por el que atraviesan nuestros monumentos.

Vivimos en un momento en el que se desea fomentar la gaiata. Es tiempo de exhibirla y destacarla allá donde se pueda. Desde Fitur hasta el cartel de nuestras propias fiestas, donde sorprendentemente venía estando desaparecida. Y que conste que esto está muy bien, desde luego.

Lo que ocurre es que quizá no nos hayamos preguntado cuál es la razón por la que hoy tenemos esta necesidad. Por ejemplo, cabría cuestionarse por qué los artistas que diseñan nuestros carteles suprimen esta parte, supuestamente imprescindible, de nuestra cultura. ¿Acaso no la consideran representativa de nuestra ciudad o de nuestras gentes?

Quisiera realizar un análisis desde mi punto de vista e intentar arrojar algo de luz con el fin de ayudar a iluminar como antaño el camino gaiatero, hoy carente de luz. Para ello me centraré en algunas ideas que considero pilares fundamentales.

Durante mi época de profesor, pero también en los años 90 y 2000, cuando era yo el estudiante, se percibía un cierto desinterés de la juventud por el món de la festa. Las collas con menos obligaciones se presentaban como una alternativa mucho más atractiva.

En estos tiempos, la cosa no ha mejorado mucho: la figura del presidente infantil ya resulta casi anecdótica, y son frecuentes las gaiatas que en verano claman por convencer a su futura madrina infantil.

SI LO PENSAMOS BIEN es normal. Los jóvenes de mi época estudiantil son los padres de los futuros cargos electos; por tanto, parece obvio que si estos carecían de interés en su día, difícilmente sus hijos vayan a ser distintos.

La solución pasa, en primer lugar, por entonar el mea culpa en las comisiones. Reconocer que hemos estado confundiendo tradición con acomodamiento y que las nuevas generaciones de artistas gaiateros --yo el primero-- y las comisiones nos hemos dedicado a hacer trabajos muy poco innovadores por miedo a perder premios.

En segundo lugar, somos nosotros quienes debemos acercarles el monumento. No dejar que los profesores, con su buena voluntad y posible desconocimiento, les inviten a realizar dibujos y maquetas casi siempre iguales cuando se acerca la Magdalena. Debemos pensar en que ellos pueden hacer gaiata. Hablemos con profesores y alumnos, y propongamos actividades y manualidades durante todo el año para elaborar piezas que finalmente estén incluidas en el monumento de su barrio. Esto hará que debamos utilizar nuevos materiales, impregnarnos de su espíritu más ecologista y fomentar y escuchar su creatividad. Quizá así consigamos escuchar a algún padre decir «caramba, sí que ha cambiado esto», y que de paso se anime a formar parte de alguna comisión.

En las comisiones de las gaiatas abunda la buena voluntad. El esfuerzo por sacar un trabajo adelante de forma casi siempre desinteresada es un valor muy notable, pero que, por desgracia, no garantiza un buen resultado. Contratar profesionales resulta inasequible para la gran mayoría de comisiones con presupuestos dependientes de subvenciones. Por este motivo, es fácil encontrar grandes ideas con malos acabados. Desgraciadamente también roces de distinta envergadura entre quienes idean y quienes ejecutan.

CREO QUE LA TECNOLOGÍA nos puede hacer salir del problema en este caso. Incorporar nuevas tecnologías y hacerlas llegar a la gente en un escaparate público puede ser interesante para empresas que vean las gaiatas como un medio para promocionarse. Poner el ojo en los últimos avances, incorporarlos en las gaiatas y buscar nuevas fuentes de financiación por esta vía es incomprensiblemente un terreno inexplorado hasta la fecha.

Aquí reside, en mi opinión, la mayor fuente de polémica. Quien innova en diseño es rápidamente acusado de no hacer una gaiata, penalizado sin premio alguno, y condenado al olvido de su trabajo.

Bien es cierto que una buena parte de los diseños, digamos atrevidos, en realidad están lejos de tener una calidad destacable. Por el contrario, suelen ser los más aplaudidos por los más jóvenes.

TENEMOS QUE REFLEXIONAR y entender que es necesario encontrar un equilibrio entre tradición e innovación. Es muy difícil exportar un concepto de gaiata al exterior cuando en nuestra ciudad carece de apoyo y reconocimiento claros.

Para terminar estas líneas, quisiera remarcar la necesidad de caminar juntos para reflotar nuestras gaiatas. No basta con decir «habría que hacer…».

Por todo ello, es necesario sentarse, dejar las diferencias a un lado, hacer cambios y hacerlos de verdad, sin mirar hacia otro lado, sin negar el declive actual y, por supuesto, sin echar la culpa a otros.

La mejor recompensa, sin duda, será --y esto lo digo por experiencia propia-- cuando nos atrevamos a hacer cosas nuevas y un adolescente se acerque a ver una gaiata y nos diga convencido: «De mayor quiero saber hacer lo que tú has hecho».

*Artista gaiatero