La decisión de Joe Biden , candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, de formar ticket electoral con la senadora afroamericana Kamala Harris responde a la necesidad intuida de que precisa la compañía de alguien con un perfil ideológicamente transversal que no incomode al establishment del partido y complazca al ala izquierda, que sume el apoyo seguro de la inmensa mayoría de la comunidad negra, de otras minorías y de las mujeres, y que cuente con la simpatía de los votantes que se definen genéricamente como liberales. Decidido de antemano por Biden que fuese una mujer quien aspirase a la vicepresidencia, seguramente Harris es la que reúne, además, mejores condiciones para atraer a parte de los votantes demócratas de clase media dañados por la crisis que en 2016 prefirieron quedarse en casa o decantarse por el nacionalismo vociferante de Donald Trump .

En un país menos dividido por la abrupta orientación dada a la presidencia por Trump, la compañía de Kamala Harris, muy crítica con Biden al inicio de las primarias, podría complicarle la campaña, pero al despeñarse la Casa Blanca en el barranco de la pandemia y la subsiguiente crisis social, hay una necesidad manifiesta de oxigenar el ambiente. Quizá, también, de retomar algunos de los compromisos sociales característicos de la presidencia de Barack Obama , de la que Biden es deudor, no solo por el retroceso en muchos ámbitos --sistema sanitario, relación con los países vecinos, recurso permanente a las fake news --, sino por el incendio racial que siguió a la muerte de George Floyd .

Biden «sabe quien soy», ha dicho la senadora. Y justamente por esa razón es previsible que Harris llene un flanco de la campaña que permita avizorar que algo cambiará en el corto y medio plazo si el ticket demócrata sale vencedor. Tal impresión sale reforzada por la creencia de que la designación de Kamala Harris es una operación de futuro habida cuenta de la edad del candidato a la presidencia, 77 años, y del objetivo del partido de moldear la imagen de una mujer aspirante a la Casa Blanca que conecte con algunos sectores sociales --la comunidad hispana, los trabajadores industriales y otros-- a los que nunca llegó a seducir Hillary Clinton en 2016. Algo que explicó en buena medida su incapacidad de vencer en uno solo de los estados indecisos.

La reacción de Trump de llamar «desagradable» a la candidata y de no ejercer con ella el menor gesto de cortesía es una señal inequívoca del tono extremadamente bronco que se ha adueñado de la campaña y de las cualidades de Harris como adversaria. Sin una sola encuesta esperanzadora y con casi 170.000 muertos a causa de la pandemia, el equipo de Trump está dispuesto a saltarse todas las convenciones para retener el poder. Pero, a diferencia de Biden, la senadora es una contrincante especialmente rocosa: nunca se ha mordido la lengua; forma parte de una generación de mujeres políticas que han desembarcado en las instituciones para cambiar el tono de los debates e influir decisivamente en la opinión pública.