Querido/a lector/a, como todo hijo de vecina sabía que estábamos en época electoral porque, unas, las elecciones generales, las convocó el presidente Sánchez y, las otras, las municipales, autonómicas y europeas, porque tocaban al cumplirse el plazo legal. No obstante, confieso que han sido estos días al ver circular nombres de candidatos por Whatsapp, sentir tensión y escuchar aspiraciones y confrontaciones, cuando he empezado a tener conciencia de que ya estamos en campaña y los partidos comienzan a funcionar para ganar espacio político.

Pero si digo verdad, confieso que las desavenencias que ocurren en el interior de los partidos por el hecho de que para una misma candidatura existen diferentes nombres, son realidades que no me preocupan. Más bien me alegran. Es normal que en una sociedad democrática la gente se comprometa y quiera representar y defender las ideas de su partido en las instituciones. Incluso diría más: entiendo que en una sociedad compleja como la nuestra, es algo lógico que los partidos no sean monolíticos y que, en función de la cultura, experiencia, intereses…etc, existan y se expresen diferentes posiciones, corrientes, sensibilidades, candidaturas, etc. Circunstancia que bien llevada y organizada, considero que es riqueza, pluralidad contrastada que puede ayudar a pulir las diferentes propuestas o alternativas.

El problema aparece cuando esas desavenencias paralizan la acción del partido. Cuando salen a la calle y toman la forma de gente más preocupada por sus intereses que por los ciudadanos. Cada vez que tras el debate se rompe la unidad de acción necesaria que reclaman los problemas. Pero sobre todo y siempre, cuando esas listas o candidaturas se hacen premiando fidelidades que nada tienen que ver con el compromiso y con el trabajo. En última instancia cuando no participan los afiliados, el partido, y surgen de la voluntad de caciques. Más o menos.

*Analista político