Cuando en una campaña electoral un candidato rechaza el debate puede ser por distintos motivos, pero ninguno de ellos le deja en buen lugar. A veces para ocultar su incapacidad. En lo que supone un reconocimiento tácito de sus limitaciones dialécticas, frente a las de su oponente. En ocasiones porque las encuestas le sitúan aventajado frente a su adversario y no se quiere exponer. En lo que resulta muestra de cobardía y desconfianza. Incluso hay veces que se dan ambas, y el último debate de Sánchez así lo evidencia.

Es paradójico ver al candidato socialista que, teóricamente, tan claro tiene que son sus políticas las que posibilitan mayores cotas de progreso, eludir la oportunidad de evidenciar la superioridad de sus planteamientos frente a aquel que, abogando por un modelo liberal, estaría condenado a sucumbir ante la fortaleza argumental de quien siendo tan socialista como iluso, se cree poseedor de la verdad.

La realidad, que ni siquiera Sánchez cree en sus posibilidades de salir reforzado de un cara a cara con el líder de la oposición que, cuando hablen de empleo, le va a recordar los resultados de las políticas de unos frente a la de los otros. Que cuando hablen de pensiones le recordará que quien las congeló fue el partido socialista, siendo Pedro Sánchez diputado, se ve que por aquel entonces, sin una pizca de esa conciencia social que en campaña le sobra.

O quizás teme que, cuando se hable de la equiparación salarial de policías y guardias civiles, le recuerde que fue su partido quien bajó el sueldo a los funcionarios.

En fin, el PSOE de siempre, el que a propuestas mitineras no le gana nadie. Otra cosa distinta es cuando hay que evaluar resultados. Entonces ya, la única opción, rechazar el cara a cara porque la de Sanchez se pondría roja.

*Portavoz del PP Vinaròs