En las guerras modernas, la población civil es quien paga un precio más alto. Lo paga con su vida o sobreviviendo en condiciones inhumanas. Una vez acabada, los traumas perviven en el individuo, y si se trata de un niño, con consecuencias desastrosas para su futuro. Siria supera todos los límites de inhumanidad. Es una guerra que se desarrolla en el más absoluto desprecio. Los objetivos a batir son hospitales, escuelas, orfanatos, es decir, todo el entramado civil en el que cualquier sociedad debería sentirse segura.

La aparición de grupos de hombres y mujeres dispuestos a ayudar aún poniendo en riesgo sus vidas es un signo de humanidad en aquel desierto deshumanizado. Hay quien propone a estos cascos blancos para el Premio Nobel de la Paz, un premio más que merecido, pero el mejor galardón sería que su trabajo dejara de ser necesario. Viendo cuanto ocurre en toda la zona mediooriental, el pesimismo es de rigor. Irak ha ahorcado a 36 yihadistas condenados por una masacre y en Turquía un suicida de entre 12 y 14 años ha causado la muerte de al menos 50 personas en una boda. Pero la deshumanización no es exclusiva de aquella zona. ¿Dónde están en Occidente las manifestaciones contra la guerra? ¿Cuántos refugiados hemos acogido?