La atmósfera de eslóganes de campaña y populismo exacerbado en la que Donald Trump toma cualquier decisión desde hace meses no es la más propicia para que fructifiquen las negociaciones previstas para evitar que a partir del 1 de septiembre entren en vigor aranceles de entre el 15% y el 25% para una serie de productos procedentes de Francia, España --cítricos, vino y aceitunas--, el Reino Unido y Alemania. Aunque es dudoso que la medida favorezca a los consumidores estadounidenses, el propósito de la Casa Blanca es presentarla ante la opinión pública como la enésima traducción práctica de su eslogan América primero y, de paso, acusar a los europeos de haber practicado competencia desleal con las subvenciones a Airbus.

Lo cierto es que una resolución de la Organización Mundial de Comercio (OMC) respalda los argumentos de Trump para imponer un castigo arancelario a productos por valor de 7.500 millones de euros, pero es obvio que el daño que tal medida puede causar al sector exportador, zarandeado por la recesión económica causada por la pandemia, es muy superior al que infligiría en condiciones normales. Y de igual manera, es evidente que, más allá de lo que diga la OMC, nadie pone en duda que el sector aeronáutico de EEUU, incluida la compañía Boeing, presunta perjudicada por la competencia de Airbus, ha disfrutado de un trato de favor con diferentes administraciones sin que la UE hayan insinuado siquiera la posibilidad de desencadenar una guerra comercial por tal motivo.

La política comercial proteccionista de Trump, primero con China y ahora con los europeos, persigue impugnar en todos sus términos la globalización, la liberación del comercio y el desarme arancelario. Un programa que crea un estado de tensión permanente entre competidores, salvo quizá con el Reino Unido, que quiere compensar el brexit y la salida del mercado único con un acuerdo de libre comercio con EEUU. Un rumbo con efectos especialmente dañinos para economías como la española, y que refuerza una de las tendencias inquietantes que se esbozan en el paisaje que dejará la pandemia en la economía mundial: una desglobalización al borde del sálvese quien pueda si no de cada país, sí de cada bloque económico.

En el contexto más próximo, el mantenimiento de los aranceles sobre los cítricos equivale en la práctica a que no habrá exportaciones de Castellón a Estados Unidos por segunda campaña consecutiva. A menos que la administración Trump decida aflojar su postura y haya tiempo suficiente para preparar toda la logística que conlleva tras un año de parón. Entre las opciones que manejaba EEUU estaba elevar los aranceles del 25% actual al 100%. Algo que no se produjo, pero el mantenimiento del porcentaje no supone ninguna buena noticia. En ambos casos resulta inviable exportar, porque el sobrecoste derivado resta competitividad. Es por esto que los agricultores claman a la UE y al Gobierno que busquen una solución diplomática. H