Todavía en la semana central de agosto, sentimos la necesidad de mirar al horizonte, que no siempre es lo que ven nuestros ojos al fondo. Y soñamos. Yo lo tengo claro, escuchando el eco de voces que me llega desde el humo de los barcos, mientras cada mañana, con Lorenzo de testigo y sus imágenes ya en la mano, como cada día, planto mis torres de arena sobre la playa para que el mar las vaya borrando con sus olas. Y noto las ausencias de quienes hoy no han venido porque les apetecía al parecer hacer senderismo, es decir, practicar ese deporte que consiste en dar largas caminatas por los senderos del campo. Unos se han ido al castillo de Montornés, al que saludo cada día desde mi terraza antes de dormitar la siesta. Y otros hacen la ruta de Les Santes.

El castillo de Montornés es un símbolo para todos los habitantes de La Plana. Construido en el siglo X, en plena época de dominación musulmana, hay en torno a él una completa historia de guerras y de conquistas, de vivencias y de ilusiones. El erudito don Ángel Sánchez Gozalbo especuló sobre el acontecimiento que pudo suponer el encuentro en Montornés entre el rey Pedro I de Aragón y el legendario caballero Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Y se cita la fecha de 1094, es decir, antes de que el territorio volviera a caer en manos sarracenas hasta la conquista definitiva de nuestro Jaime I en 1242. Estamos, pues, ante historias muy antiguas.

La ruta habitual contempla el camino en dirección al Monasterio del Desierto de las Palmas, atravesando después la vertiente de la montaña que baja al barranco de la Parreta, donde los núcleos con árboles, especialmente el pino rodeno no quemado en las desgracias habituales, y las hermosas carrascas de las que hablaba José María Mulet, nos dan una idea de los bosques que siempre han poblado estas tierras. La parada para reponer fuerzas mientras se observa ya de cerca el castillo y su torre de vigilancia, es ya un hallazgo y el encuentro con el suelo rojo de arenisca nos habla de millones de años de antigüedad. Y el paraje se hace cada vez más fotogénico cuando las malvas nos acompañan hasta la muralla del castillo, cuya visión de sus ruinas y de su entorno justifican que al menos una vez al año, por estas fechas, hagamos la excursión.

La ruta de Les Santes me hace recordar los viajes que en otro tiempo efectuábamos a su fuente, cercana ya a Orpesa, pero en el término de Cabanes. El santuario está enclavado en el barranco. Fue construido como lugar de culto y peregrinaje consagrado a las santas Lucía y Águeda. En la actualidad, la ermita cuenta con una zona protegida recreativa y una fuente cuyas aguas son muy recomendables. El paraje natural es una zona protegida también y los no habituados podremos admirar en torno a su esplendor los bancales cultivados de almendros y algarrobos.

En aquellos escenarios de Les Santes se hace realidad estos días aquel axioma de que, en agosto, frío en rostro. Y es que, situados a unos 400 metros sobre el nivel del mar Mediterráneo, la visión panorámica es de gran belleza, entre un afloramiento de pizarras. H