Este Gobierno no va a utilizar el agravio territorial y echar gasolina al fuego. Ustedes gasolina, nosotros agua», espetó Pedro Sánchez a la oposición en el debate sobre la crisis catalana en el Congreso. Pero en estos tiempos convulsos, a muchos les resulta imposible ver la diferencia entre el agua y la gasolina, y las palabras del presidente fueron ignoradas por el PP y Ciudadanos y descalificadas por los independentistas, que acusaron a Sánchez de derechizarse bajo la presión de las formaciones de Pablo Casado y Albert Rivera. En tiempos de polarización extrema de las posiciones, la calma cotiza a la baja. Pese a ello, Sánchez intentó jugar esa baza, calma ante las peticiones de PP y Cs de que vuelva a aplicar el artículo 155 y, al mismo tiempo, contundencia ante las palabras incendiarias del president Quim Torra (Sánchez fue especialmente duro en sus referencias a la vía eslovena) y firmeza ante la defensa de la legalidad y en la exigencia de que el Govern cumpla con sus obligaciones ante la actividad de los CDR.

En realidad, Sánchez repitió lo que lleva diciendo desde que llegó a la Moncloa: cualquier vulneración del marco constitucional y estatutario tendrá una «respuesta firme pero serena, proporcional y contundente del Estado de derecho». Pese a la estrategia de escalada de tensión del Govern, la situación no es comparable a la del otoño del pasado año, así que la exigencia de Casado y Rivera de que se aplique el artículo 155 obedece más a su pugna por el control del espacio de la derecha que no a la lealtad institucional que deberían tener dos grupos que aspira a ser partido de Gobierno. La insistencia de la oposición indica que el independentismo no es el único lugar donde la irresponsabilidad cotiza al alza. No hay motivos hoy para aplicar el 155, una medida constitucional excepcional que no debe normalizarse.

Entre tanto ruido, agua y gasolina, hay que discernir más que nunca los hechos y las palabras.