El camino para evitar que Cataluña pierda su autogobierno es cada día más estrecho. Los plazos de aplicación del artículo 155 de la Constitución se van cumpliendo en el Senado sin que los que tienen la potestad de frenarlo hagan nada. Carles Puigdemont seguía ayer enredado en un falso debate consistente en contraponer dos caminos para evitar la suspensión de la autonomía: la huida hacia adelante en forma de Declaración Unilateral de Independencia (DUI) o la convocatoria de elecciones. Se trata en realidad de un dilema inexistente porque el camino de la unilateralidad no hará otra cosa que acelerar y agravar aplicación del 155.

En este contexto, el presidente catalán ha cometido un grave error: despreciar la invitación del Senado para acudir a presentar sus alegaciones a la tramitación de este artículo. Un gesto que cuesta de entender a todos aquellos que han dado credibilidad en las últimas semanas a sus reiteradas apelaciones al diálogo. Tampoco le va a ayudar mucho esta actitud a reavivar alguno de los apoyos internacionales que tan desesperadamente ha buscado y no ha encontrado para un reconocimiento de esa república que pretende proclamar este viernes.

Todo indica que Puigdemont podría quedar finalmente atrapado por quienes le proponen huir hacia adelante, profundizar en el desafío, ahondar en la tensión y agravar el desastre con una DUI que son incapaces de explicar de qué manera piensan hacer efectiva.

El tiempo se acaba y hay más puertas cerradas que entreabiertas. Puigdemont va a tomar la decisión definitiva en la más absoluta soledad y probablemente lo tendrá que hacer desoyendo a alguna de las partes. O a los que le piden elecciones o a los que son partidarios dramáticamente del cuanto peor, mejor. Una actitud absolutamente irresponsable que menosprecia algunos de los valores clásicos de la tradición catalanista: el progreso económico, la cohesión social y la unidad civil. Todo lo pretenden tirar por la borda antes de hundirse.