Viendo lo acontecido en Cataluña los últimos días, donde los violentos han ocupado e incendiado las calles de Barcelona y de las principales ciudades catalanas, me viene a la memoria la entrevista en diciembre de 2017, en un diario madrileño, al secretario general de los socialistas castellonenses, el Sr. Blanch, quien al ser preguntado por la cuestión catalana contestaba: ‘Si hoy hubiera un presidente socialista, Cataluña no estaría donde está’.

Pues tenemos un presidente socialista y Cataluña está donde está.

Y está donde está y como está, entre otras cosas porque el presidente socialista Sánchez, ha sido incapaz de gestionar una crisis no solo de orden público, sino también institucional y política, instalado como está en la inacción propia, de quien entiende que a la deriva separatista hay que ofrecer moderación.

Sánchez, como anteriormente Zapatero, parece desconocer que la voracidad nacionalista no tiene ni tendrá límites. Es falso que la finalidad del procés fuera que Cataluña se sintiera cómoda en España. Desde que al Maquiavelo de León se le ocurrió abrir el melón del Estatut, se ha creado la ficción de que el secesionismo es un movimiento reactivo debido al inmovilismo de una democracia deficiente.

Es falso que el debate sea la España plural o unitaria, porque la pluralidad y diversidad ya están consagradas en la Constitución. Las sensibilidades más o menos autonomistas o federalistas, lo que no contaban era con la deslealtad de un nacionalismo enloquecido lleno de urgencias judiciales provocadas por su propia corrupción. Es falso que el debate sea una España más o menos federal, porque nada más contrario al nacionalismo que el federalismo, que considera al primero una fuente de desigualdades y privilegios.

Lo que le pasa al doctor Sánchez, como le pasó a Zapatero el buenista, no es más que lo que le pasaba al propietario de la casa de la fábula de Max Frisch Biedermann y los incendiarios. En ella, los Biedermann, un matrimonio de clase media, se alarman porque alguien está provocando un incendio tras otro en la ciudad. Cuando dos hombres se presentan en su casa, sospechan de ellos, pero llenos de compasión y por considerarlos víctimas, les invitan a quedarse.

Cuando los visitantes comienzan a llevar bidones de gasolina, se inquietan, pero hacen todo lo posible para que los señores estén a gusto, confiando en evitar el peligro. Les invitan a cenar y hacen todo lo posible por aceptar sus condiciones. No hay que olvidar que son víctimas y hay que ser conciliadores y dialogantes, para evitar la confrontación. Incluso si alguien les advierte del peligro, le dicen: ‘¿Así como vamos a mejorar todos juntos? Hemos de confiar y tener buena voluntad’. Al final como muestra de buena voluntad, es el propio Biedermann quien les regala las cerillas con la que quemaran su propia casa.

Si alguien piensa que con continuas cesiones a los separatistas, se van a poner fin a las tensiones nacionales, más vale que salten todas las alarmas. La inacción del presidente socialista en Cataluña, es más peligrosa que todo el material inflamable que albergaba Biedermann en su casa y que ha ardido en Barcelona durante una semana, dejando un balance de 600 heridos, 300 de ellos policías que defendían nuestra libertad y nuestra democracia.

*Portavoz del grupo popular en la Diputación de Castellón