En este país hay algunos dirigentes políticos que se pelean muy mal. Son inaguantables. Aunque hay quienes les jalean, no pueden llegar a imaginarse hasta qué punto los demás estamos hartos de ellos. Desde mi punto de vista ahora las retorcidas Ayuso y Cayetana convierten a Caín en un simple chico descarriado. No me argumenten que lo digo porque discrepe políticamente de ellas: Ana Pastor o Soraya Sáenz de Santamaría también discrepaba de ellas pero las consideraba lógicas.

No se quejen de que cite a dos mujeres: en otros momentos lo que me parecía más peligroso era la doblez de Jorge Fernández Díaz, el cinismo de algunos dirigentes de ETA o incluso el Gabriel Rufián de la primera etapa.

Nuestra mala suerte alcanza a lo internacional. Coincidir con los años de Trump es otra pesadilla. O depender tanto de la insensible Alemania que quiere a Europa como mercado pero no como un club con lealtades. O estar a merced de Boris Johnson mientras lleva al suicidio al Reino Unido.

Pero lo peor es lo nuestro, las dos Españas sometidas a la crispación de quienes perdieron las elecciones pero se han propuesto que si no gobiernan ellos tampoco lo hagan los otros. Ni en materia de confinamientos ni en lo demás.

Cayetana y Ayuso hablan rotundamente pero con muchos datos inciertos. Padecen el síndrome del partidismo futbolístico, eso que ante una misma jugada permite pedir o no penalti según el área en que ocurra. Y no es que seamos el peor país del mundo: nos lo demuestran cosas como nuestros niveles de donación de órganos. Pero la vida cotidiana en un país con dirigentes así, con tan poco criterio, es asfixiante. Lo dice nuestra historia pasada y lo reafirma este presente desmadejado.

*Periodista