Tal vez porque pensamos que el final del verano ya se vislumbra, varios vecinos de la playa de la Almadraba, sentimos la necesidad de preparar los bártulos y organizar cenas de postín a la orilla del mar. Por nuestra cuenta. Aunque chiringuitos y restaurantes estén profesionalmente preparados para atender esos deseos de los veraneantes. Especialmente ahora, cuando ya gozamos del mes de agosto, y prácticamente estamos todos los que teníamos que estar. O sea, entre siete o doce parejas. Ni más ni menos, ya que siete son las maravillas del mundo, siete los sabios y las colinas de Roma, las siete palabras, los siete samuráis. En cuanto al doce, lo más significativo es que son las musas y los apóstoles, también los signos del zodíaco y los meses de cada año.

Pero este año será difícil que nos reunamos todos. Falta Ramón Almoguera, aunque Margarita su viuda mantenga el apartamento de Cortemar y se reúna allí con sus hijos, el ingeniero Ramón, que lo fue de la Refinería, Isabel la profesora, el más joven Jesús, director en Madrid de un gran grupo asesor y todas sus nietas. Pero yo no puedo evitar el recuerdo de aquellos primeros años de Ramón y Margarita en Benicàssim, como clientes del hotel Orange, gozando de aquella magia de la Sala Bohío, a donde yo hice llegar a Julio Iglesias, Peret, Rocío Jurado, Los Panchos, también Miguel Bosé, Rafaela Carrá, Lola Flores, Tip y Coll, Esteso, los singulares grupos flamencos de La Chunga y Caracolillo, Miguel Sandoval y Antonio Gades… Sentados sobre la arena de la playa, Ramón me recordaba muchas veces lo mucho que aprendimos aquel tiempo de Bohío sobre el arte flamenco: las bulerías, soleá, fandangos de Huelva, rumbas, granaínas, malagueñas, tarantos… Tanto les embrujamos aquellos años setenta que acabaron por comprarse un apartamento en la calle de La Corte, con silla en la primera fila de playa. Mientras tanto, pasados ya tantos veranos, Juan Munárriz me sigue enviando curiosos versos:

Llega la noche, / ruidos, rumores, palabras, amores. / Todo se transforma en sencillas líneas impresas, / levantadas para ser leídas, / para apuntalar esperanzas y alegrías, / como las torres de arena.

Una de aquellas noches, apareció en la conversación el nombre del escritor inglés Herbet George Well, que se había hecho famoso en 1898 por la publicación de un libro titulado La guerra de los mundos, del que se aprovechó en 1938 Orson Welles para su escandaloso guión radiofónico, pero lo que en esta época de ahora se vuelve a recordar es su libro sobre La máquina del tiempo, que provocó también en su día guiones de cine y obras de teatro. Afirmaba que todos tenemos nuestra máquina del tiempo y también que lo que nos empuja a ir hacia atrás son nuestros recuerdos y que los que nos hace avanzar e ir hacia delante son nuestros sueños. Y hoy me viene bien todo esto cuando de nuevo me ilusionaba ir construyendo mis torres de arena sobre la playa de la Almadraba, entre el torreón y el Voramar. Son a modo de metáforas que el mar va borrando con sus olas y hacen llegar hasta mí los aromas y los sonidos marinos, los ecos de voces y sueños que los seres humanos que por aquí han pasado, conmigo o sin mí, pero dejando la huella de su vibración vital. Y para que tu me oigas ahora, mis palabras se adelgazarán a voces como las huellas de las gaviotas en la playa, con el humo de los barcos al fondo, con el eco de canciones o de voces que han sonado a través del tiempo.

Y aparecen seres humanos, cuyas palabras y sueños he percibido --o he imaginado-- sentado en la arena en noches de soledad, que cada día me ayudarán a construir mis torres de arena que el mar irá borrando poco a poco con sus olas que van y vienen cada día.

Desde el otoño pasado, he tenido una actividad bastante movida hablando cada semana con algunos de esos seres que tanto he amado, oyéndoles soñar, ayudándoles a imaginar, al acecho de aquello que podía recordar. Pero también he sentido el pálpito de muchos de mis lectores del anterior verano. Muchos tenían la necesidad de enviarme sus versos:

Aislada, escondida, / la torre de marfil.

Aislada en la cima / la torre vigía.

Entre el gentío, / alegres y vivas

las torres de arena.

El mar suave se acerca / para besar

la orilla de los encuentros,

donde se levantan

las torres de arena.

Es un encanto ¿no? Y como he recibido más versos, los iré sacando de la maceta donde los guarda mi mujer y los iré depositando en estas páginas poco a poco. Así crece la imaginación de los poetas.

No sé si lo he dicho otras veces, pero ya es sabido que en Benicàssim crecen flores en verano. Y para mitigar las ausencias llamaremos a otro poeta, Armando Manzanero por ejemplo, y vendrá con él la lluvia del verano y del amor. Veremos llover y el otoño adivinar. Y el mar oír cantar y no estabas tú... Notando tu ausencia.

Y para que cambien de vez en cuando mi temática veraniega, me acaban de regalar un librito delicioso. Se titula Conoce tu provincia, su historia y su entorno, con croquis de excursiones y rutas de turismo interior. Su autor es Paco Carbó. Felicidades amigo. También le han gustado a ese gran dibujante y amigo Quique, el filósofo humorista.