La recesión económica ha transformado muchos de los comportamientos que florecieron en los tiempos de la gran burbuja económica. Uno de ellos es el que se refiere a los hábitos de consumo en el ámbito de la alimentación. Lejos empiezan a quedar aquellos sábados de desplazamiento familiar a los grandes hipermercados para llenar el carro de una compra masiva con la que hacer frente a las necesidades de todo un mes. Ahora, y a pesar de que el azote de la crisis parece remitir, el uso del carro ha dejado paso a las más humildes cestas que pueden acoger las provisiones precisas para una semana. Y en este nuevo escenario, el súper de barrio encaja mejor que el hipermercado de las afueras. Un estudio concluye que uno de cada tres consumidores ha dejado de lado la compra mensual y ha optado por realizar varias visitas al supermercado que le ayudan a racionalizar gastos y necesidades.

Haciendo de la necesidad virtud, los consumidores se han vuelto más austeros, reflexivos y exigentes, lo que está obligando a los hipermercados a reinventarse para recuperar terreno, de la misma manera que las tiendas tradicionales buscan su espacio propio con las armas de los productos frescos y el trato diario diferenciado al cliente.