Ciudadanos (Cs) vive la mayor crisis de su corta historia. Pero la reaparición de Albert Rivera después de dos semanas en silencio, mientras se producían la ruptura con Manuel Valls y las dimisiones de tres destacados dirigentes, no aportó ni un gramo de autocrítica. Al contrario: cierre de filas, salvas de aplausos y dardos contra los discrepantes. Ante el consejo general de Cs, Rivera desafió a los críticos, al lanzarles: «Si algunos piensan que el sanchismo tiene que campar a sus anchas, que presenten un partido político». Ante la contundencia de la frase, fuentes del partido matizaron después que no iba dirigida a los críticos internos, sino a los externos: patronal, sindicatos o bancos. En unos meses --se anuncian purgas en la dirección de los disidentes-- veremos a quién iban realmente dirigidas las críticas. Pero en cualquier caso, ha quedado demostrada la voluntad de Rivera de no ceder en su estrategia de mantener el cordón sanitario al PSOE, abandonar la función de partido bisagra y disputarle al PP el liderazgo de la derecha. De esta manera cree el líder de Cs que no se «comerá» a Pedro Sánchez durante una década, sino que solo se lo «tragará» una legislatura.

La desorientación estratégica de Ciudadanos parte de la moción de censura contra Mariano Rajoy cuando, después de incitarla con la demanda apresurada de elecciones anticipadas, acabó votando junto al partido al que no cesaba de calificar de corrupto. Después expulsó al PSOE del consenso constitucional, al mismo partido con el que pocos años antes había firmado un pacto para un Gobierno «reformista y de progreso», como ha recordado Toni Roldán al abandonar el partido. Del pacto con Sánchez, Rivera pasó a su demonización y ni siquiera el insuficiente ascenso en las elecciones generales para desplazar al PP ni los discretos resultados en autonomías y ayuntamientos le han hecho cambiar de estrategia.

Cs se reafirma en que su futuro está en la derecha y en ser un partido de gobierno, cuando eso mismo podría conseguirlo con el PSOE. El problema es que para gobernar con la derecha necesita aliarse, directa o indirectamente, con la extrema derecha de Vox, una opción nada presentable en Europa para un partido que sigue calificándose de liberal. Para responder a este punto débil de su estrategia, Rivera, como antes Inés Arrimadas, dan por supuesto que el PSOE lo que desea es pactar con «populistas y separatistas», sin admitir lo obvio: que empujan con fuerza a los socialistas a hacer aquello que luego les reprochan.