Pablo Iglesias iba de digno. Quería ser una versión enclenque y con coleta del Che para convertir a España en una nueva Cuba o Venezuela. Un paraíso comunista en el que todos seamos iguales. Es decir, ciudadanos sin voz, sin voto y hasta sin comida. Bueno, todos, todos... todos salvo ellos, porque sabemos que los Castro y los Chávez-Maduro siempre han vivido como emperadores romanos…

El señor y dueño de Podemos (me niego a llamarlo líder) se vendía en aquellas acampadas del 15-M como el camarada perfecto que gritaba con el puño en alto aquello de «sí se puede» mientras reclutaba perrosflauta para la batalla contra la casta y que se había propuesto limpiar la clase política de corruptos y parásitos.

Iglesias ha hecho de la política su modo de vida, y ha ido adaptando los estatutos de su partido a sus necesidades particulares de cada momento, mientras recibe el beneplácito de sus acólitos. Y es que su llegada al Gobierno de España, de la mano de Pedro Sánchez , le ha obligado a ser mucho más comprensivo a la hora de cobrar esos sueldazos a los que no tienen acceso sus camaradas, e incluso su permanencia en la cumbre de su partido, que ya puede ser indefinida. Iglesias ha vendido su dignidad por un casoplón en una zona pija de Madrid.

Ahora hasta la corrupción tiene otro significado para él. Porque el vicepresidente segundo del gobierno socialcomunista de España aún no ha dado explicaciones sobre la imputación de su partido en su supuesto caso de financiación ilegal. Sigue encerrado en su mansión protegido por esa Guardia Civil que tantas veces ha denostado.

Parece que a los de Podemos los han pillado con las manos en la masa, con una caja B que se llenaba con aportaciones de dictaduras comunistas. Vamos, que todo apunta a que el populista partido de extrema izquierda, el partido de los desheredados de la tierra, se financia ilegalmente…

Por eso, lo que debe hacer ahora mismo Iglesias es presentar su dimisión. Que se marche del Gobierno sin perder ni un minuto más o que sea Sánchez quien lo expulse. Y es que en política «no se pide perdón, se dimite», dijo él cuando iba de íntegro.

Y lo dicho: cierre la puerta al salir. Y no vuelva. H

*Alcalde de Sant Joan de Moró y diputado provincial