La frase del diputado de Junts per Catalunya (JxCat) Albert Batet debería ser la guía con la que se analizan las acciones del movimiento político creado alrededor de la figura de Carles Puigdemont: «El objetivo de JxCat a en esta legislatura es proteger al máximo al president Puigdemont». Poco más hay que añadir, y a JxCat no se le puede acusar de incoherencia. El triste espectáculo en el Parlament de ayer y, de hecho, todo lo sucedido desde las elecciones del 21-D se puede entender a partir de esta frase: el objetivo de los diputados de JxCat --encabezados por el president de la Generalitat, Quim Torra-- es proteger (política, judicial e incluso económicamente) a Puigdemont. El resto (la cohesión del bloque independentista, la honorabilidad de instituciones como la Generalitat y el Parlament, la cohesión de la sociedad catalana, la rebaja de la tensión política…) es secundario ante este objetivo muy concreto.

El choque entre ERC y JxCat a cuenta de la suspensión de los seis diputados acusados de rebelión por el juez Pablo Llarena alcanzó cotas preocupantes para el bloque independentista. Hubo palabras gruesas, acusaciones de mentir, una nueva demostración de que la confianza entre los supuestos socios es completamente nula y el mensaje a la ciudadanía de que el Parlament y lo que allí se trata (al fin y al cabo, los asuntos que afectan a todos los ciudadanos) son secundarios ante el irredentismo, el estéril simbolismo y la supuesta y agotadora astucia que no lleva a ningún lado. Actuar al albur de las necesidades de una persona es incompatible con pensar en el bien común desde legítimas posturas ideológicas, que es la responsabilidad de un diputado. Se llame como se llame.