El todopoderoso Felipe II fue un auténtico rey internacional con vínculos con todos los estados europeos, por supuesto el papado y algunos asiáticos. Con el vecino reino de Portugal esos vínculos eran de lo más frecuente y más habida cuenta el parentesco que había entre las dos casas reinantes. Portugal tenía considerables empeños en África, desde la toma de Tánger en 1471, y el rey Don Sebastián estaba muy atraído en mantener el asiento de su país en esa área africana contra los emires enemigos pertenecientes a la dinastía Saadí. El joven rey luso, estimulado por el éxito que Juan de Austria , el hermano bastardo del monarca español había conseguido en la batalla de Lepanto, anhelaba ampliar sus territorios en el área Norte de África y vio la ocasión propicia, cuando aconteció el destronamiento del rey Muley Ahmed en Marruecos.

El proyecto, como le previno su tío abuelo, Felipe II, era suicida. En la entrevista en el monasterio de Guadalupe, acompañaba al monarca español, como asesor militar, su mejor estratega: el Duque de Alba. El veterano soldado, habiendo estudiado a conciencia la situación del desembarco en Arcila, ratificó la opinión de su rey, significando, además, el gasto desmedido que esa empresa suponía. El soberano portugués, con irreflexiva insolencia, tomó por cobardía las palabras del vencedor de Mühberg.

—¿De qué color es el miedo, general?

—Del color de la prudencia, majestad, le respondió Fernando Álvarez de Toledo . De poco le sirvió el juicioso razonamiento al arrebatado rey quien, pese a llevar un formidable ejército y contando con el muy generoso apoyo español, del Imperio romano germánico y de varias repúblicas itálicas, sería derrotado en agosto de 1578, en Alcazarquivir, donde perdió la vida. H

*Cronista oficial de Castelló