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Siete años hacía que un presidente de Cataluña no visitaba la sede de la Generalitat valenciana. Diversas circunstancias habían provocado el distanciamiento de las instituciones de dos autonomías que están más que nunca condenadas a entenderse. La reunión de ayer, finalizada con una solemne comparecencia de Ximo Puig y Carles Puigdemont, significa la normalización de relaciones y la creación de una alianza para sacar adelante reivindicaciones históricas conjuntas, especialmente la del corredor ferroviario del Mediterráneo. Esta gran infraestructura, avalada por la UE, resulta un proyecto fundamental para la Comunitat y Cataluña y otras comunidades (Murcia y Andalucía) que conforman un arco geoestratégico donde se concentra el 44% del PIB de toda España, el 50% de las exportaciones y las importaciones y el 47% de las empresas. El peso macroeconómico de estas cifras no ha servido todavía para romper el viejo esquema de una red ferroviaria radial, con punto de encuentro en Madrid, que prefiere costosos proyectos de alta velocidad impropios de las necesidades reales. Pero más allá del corredor mediterráneo y de las diferencias políticas que persisten, la alianza entre la Comunitat y Cataluña puede jugar también un papel importante en el tablero político español.