Incluso harían reír si no dieran tanto miedo. Las teorías de la conspiración no son un fenómeno moderno, pero no es fácil asumir que en la misma ciudad en la que han fallecido miles de ancianos en residencias haya quien se manifieste para decir que el virus es una trola. Pero el fenómeno está proliferando en todo el mundo y temo que aquí encuentre terreno abonado para crecer hasta convertirse en un incendio. En los inocentes años 90, en series como Expediente X , se nos presentaba a quienes creían en teorías de la conspiración como a lunáticos, hipercríticos con el sistema... Pero lo que hay detrás del fenómeno es menos romántico y más siniestro. Ya en las conspiraciones clásicas estas ideas han buscado alimentar el odio hacia un enemigo invisible al que achacar todos los males. Creer que existe una realidad alternativa, que los gobiernos manipulan u ocultan, proporciona más consuelo en tiempos de incertidumbre que explicaciones más prosaicas, como que estos se equivocan.

Me atrevería a aventurar varias razones por las que ha prendido la chispa del negacionismo. Las tecnologías de la información han facilitado la difusión masiva de ideas que antes se hubieran quedado arrinconadas. Después, porque la escasa formación científica y crítica de los ciudadanos –y en particular, ¡ay!, de los periodistas– nos ha hecho darle la misma importancia mediática, o incluso menos, a un avance científico que a un friki del programa de Iker Jiménez . Y por último, porque los gobiernos no ayudan, con su gestión errática o propagandística. Las teorías conspiratorias son en realidad síntoma de malestares sociales ocultos, otra enfermedad a atajar antes de que nos consuma. H

*Periodista