Con quince años tuve la fortuna de vivir una época apasionante: la Transición española. Y fue gracias a las vivencias que me proporcionó mi afiliación a las Juventudes de UCD y mi participación en campañas y actos políticos en aquellos maravillosos años de 1978 y 1979, que tanto iban a influir no solo en aquel joven que era yo sino en el devenir histórico de toda una nación.

La Transición fue sobre todo reconciliación. Las heridas abiertas de la guerra civil quedaba cerradas para siempre. Poco podía yo pensar en aquel entonces que 40 años después nadie fuese capaz de intentar reabrirlas de nuevo.

Aquel «paz, piedad y perdón» que pidió Azaña en julio de 1938, aceptando los numerosos errores y atrocidades de la guerra civil, cobraba sentido en el alma de los españoles.

La democracia era entendida no como un mero mecanismo contable de votos o de confección de mayorías de gobierno. La democracia era sobre todo y ante todo tolerancia, respeto a las ideas del adversario, aceptación de la pluralidad y diversidad de opiniones, convivencia pacifica.

El cambio político desde una dictadura a la democracia tuvo como piedra angular la convicción profunda de que el porvenir de España dependía de los españoles, de su voluntad no solo de participar en la mecánica del juego electoral, sino de vivir en un nuevo marco de convivencia, tolerancia y respeto.

Y el camino no fue fácil. Hubo que transitar por los asesinatos de obreros en Vitoria o por los de la fiesta carlista de Montejurra; por la elección de Suárez como motor del cambio político, por las citas secretas entre el propio Suárez y la oposición socialista y comunista; por la legalización de las centrales sindicales para disgusto de algunos sectores nostálgicos del régimen; por el harakiri de las ultimas Cortes franquistas. Tuvimos que convivir también junto a un GRAPO que mantenía en vilo a toda España con secuestros y asesinatos, con el adiós al Movimiento Nacional, con el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, con el nacimiento de las autonomías, los Pactos de la Moncloa y junto a la guerra sin tregua de ETA contra la democracia en un intento desesperado de impedir el progreso político de España golpeando especialmente a las fuerzas de seguridad, precisamente cuando se estaba saliendo de la dictadura y se ponían las bases de la futura convivencia en libertad.

Por eso es oportuna la celebración del 40 aniversario de la Constitución, ya que pone en valor el espíritu de acuerdo y consenso que marcó una etapa decisiva en la historia de España.

Y por todo eso, cuando vuelvo la vista atrás, no puedo sino sentir una admiración casi reverencial, por todos aquellos hombres y mujeres que dedicaron sus esfuerzos a elaborar una Constitución que ha permitido a España vivir el periodo de paz y libertad más largo y duradero de toda su historia.

*Vicepresidente de la Diputación Provincial de Castellón