Nuestra Iglesia diocesana está trabajando por hacer de nuestras parroquias comunidades vivas desde el Señor y misioneras; esto pasa por ayudar a los bautizados a ser verdaderos cristianos, discípulos misioneros del Señor. Este es y debe ser el objetivo primero y fundamental de todo proceso de iniciación cristiana: sea el caso de adultos no bautizados, que piden el bautismo, o sea el caso de los bautizados en su infancia que desean recibir la primera Eucaristía o la Confirmación, o bien de los bautizados adultos que desean personalizar su fe mediante un proceso catecumenal.

La base indispensable para ser cristiano es el bautismo y el encuentro personal con Jesús, el Señor resucitado, que transforma el corazón, vivifica con la vida de Dios y da la esperanza de la vida eterna; un encuentro que lleve a una adhesión de mente, de corazón y de vida a Cristo y su Evangelio.

Son muchos los lugares y ámbitos donde el Señor sale a nuestro encuentro y nos podemos encontrar con él. Entre estos destaca el rosario, que es necesario recordar al comienzo del mes de octubre en que celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario. Algunos piensan que el rosario es algo trasnochado, llevados quizá por la forma rutinaria, distraída y superficial con que tantas veces se reza. Cierto que hay que mejorar mucho su rezo, pero nunca dejarlo de rezar. Porque el rezo sosegado y atento del rosario es una oración que nos lleva a escuchar a Jesucristo y a contemplar su rostro. El rezo del rosario, bien hecho, nos lleva al encuentro con Cristo. Con la Virgen María podemos aprender a contemplar la belleza de su rostro y a experimentar la hondura y la anchura de su amor desde todo el Evangelio. Pues el rosario es una oración profundamente evangélica. El rosario es fuente de gracia y de santidad para todos, y de comunión con los hermanos en Cristo al ofrecer su rezo por alguna necesidad propia o ajena.

*Obispo de Segorbe-Castellón