En estos tiempos el avance del covid-19, con todas las implicaciones y la dureza que está suponiendo, convive con muchos otros retos sociosanitarios que todavía siguen representando un desafío para la salud pública y, por extensión, para la sociedad global. Unos retos que, en momentos de crisis y emergencia social, parecen desdibujarse del imaginario colectivo, pero que siguen avanzando y, en el caso del VIH, afectando a alrededor de 38 millones de personas en el mundo. Especialmente, la irrupción del covid-19 ha interrumpido la acción de las campañas preventivas, la continuidad de la realización de pruebas de detección de anticuerpos y el seguimiento de muchas personas que, actualmente, ya conviven con el virus. En concreto, en los países de ingresos medios y bajos, ha disminuido el acceso a los tratamientos de gran parte de la población. Una vez más, como ocurre con el covid-19, la interseccionalidad modula el impacto de la epidemia y delimita un panorama más complejo entre aquellas personas más vulnerables socioeconómicamente, que ven mermada su capacidad para acceder a los métodos preventivos y, en caso de tener la infección, a los tratamientos adecuados.

En este punto quizá cabría recordar que, según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA), más de un 30% de la población no tiene acceso a los tratamientos antirretrovirales. Esos tratamientos que están consiguiendo la indetectabilidad e intransmisibilidad entre las personas que viven con el VIH y que, según ONUSIDA, constituyen ya un 59% de la población global. Una infección que, gracias a algunos avances, se ha convertido en un problema crónico desde hace tiempo, siempre y cuando las personas sean conscientes de que tienen el VIH y puedan actuar en consecuencia; teniendo la posibilidad de acceder a un tratamiento adecuado y al mantenimiento de todos aquellos cuidados que puedan ser recomendados. Sin embargo, resultará muy difícil para aquel 20% de la población que, según ONUSIDA, pese a tener la infección desconoce su estado serológico y, por tanto, ni siquiera tiene la sospecha de que necesita acudir a los servicios sanitarios para recibir una atención adecuada.

A nivel estatal estas cifras no mejoran. Según el Plan Nacional sobre el Sida, el 47,6% de los nuevos casos detectados en España presentaron un diagnóstico tardío, y más del 80% de las nuevas infecciones se derivaron de conductas sexuales de riesgo. Así pues, ni siquiera la mejora del conocimiento que, tras varias décadas de epidemia nos ha permitido identificar con mayor detalle las vías de transmisión del virus, ha posibilitado que seamos capaces de mantener las conductas de salud y prevenir la infección por VIH, además de muchas otras infecciones de transmisión sexual. En este último caso, las cifras tampoco son demasiado alentadoras.

Como ocurre con el covid-19, quizá no somos conscientes de que, usando métodos preventivos, estamos protegiendo nuestra salud, además de la de aquellas personas que queremos o es que quizá, necesitemos sentirnos fuera del peligro, pensando que somos especiales y, a nosotros, nunca nos va a tocar. Así, aunque las estadísticas hablen de hombres y mujeres, de todas las edades, que realizan similares prácticas de riesgo a las que alguna vez hemos hecho, seguimos considerando que nosotros estamos fuera de toda probabilidad, como si el virus tuviera la capacidad de discriminarnos por nuestros valores, sexo o edad. Quizá por eso, cuando entramos en contacto con el virus de primera mano y vivimos sus consecuencias (particularmente teñidas de discriminación social), tenemos esa sensación de irrealidad y pensamos que, a nosotros, esto no nos ha podido pasar. Sin embargo, el tiempo nos demuestra que, haciendo conductas de riesgo, teníamos las mismas probabilidades que el resto.

Por ello, un año más, parece necesario recordar la importancia de mantener las medidas preventivas e incrementar nuestros esfuerzos en la detección precoz. Ambas respuestas son fundamentales para erradicar la epidemia lo que, por suerte una vez más, nos recuerda que buena parte de la solución, también está en nuestra mano. Ojalá el próximo 1 de diciembre, cuando volvamos a conmemorar el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, no se nos haya olvidado. H

*UJI Hàbitat Saludable