Escucho abochornado el discurso del presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, un tipo inteligente y afable con el que en su día compartí una acalorada charla sobre piratería y que acabó como suelen acabar estas discusiones, cambiando de tema. El presidente de la academia de cine me confesó que no usaba ordenador, algo que en pleno cuarto lustro del siglo XXI suena tan coherente como un entrenador personal orgulloso de su sobrepeso o un dentista con los dientes amarillos.

Pienso que siguen sin entender nada, porque siguen sin atacar a las fuentes del conflicto. Pienso que se equivocan y mucho al equiparar al usuario final con un delincuente, por mucho que les ampare la ley. También en la Gran Bretaña del XVIII fue aprobado el Acta de la Ginebra, prohibiendo cualquier consumo de un destilado que se estaba cargando el país, y solo sirvió para aumentar su interés, y por tanto, su contrabando. La diferencia es que aquella ley fue derogada tras solo seis años de aplicación, en cuanto se dieron cuenta de que el consumo excesivo se debía a la depresión de sus habitantes por la insalubre vida en las grandes ciudades. Había que atacar la fuente del problema, no al usuario. Sin embargo, aquí aún seguimos con la misma cantinela.

La solución, --no la digo yo, la gritan los expertos--, consiste en juntar ventanas de exposición legal. La experiencia de la industria de la música ha demostrado que se puede hacer negocio en cuanto se trabaja a favor del consumidor, y no en su contra. Facilitándole el consumo legal de los contenidos desde el momento en que se estrenan. Ajustando de una vez los precios a la realidad de la distribución digital. Y cuando se pueda, dándole una razón extra para pagar más.

Y hablando de pagarla. Asistimos al no menos bochornoso episodio de los titiriteros procesados por “colaboración en enaltecimiento del terrorismo” en Madrid. Otro trabajo a medias que nos dejó la Transición. Una separación de poderes que se quedó corta, pues no debería haber sido entre tres, sino entre cuatro: ejecutivo, legislativo, judicial… y cultural. Independencia para la cultura y los creadores. Un espejo no depende de tus subvenciones para devolverte la imagen. Pues lo mismo ocurre con este espejo de nuestra sociedad al que llamamos cultura. H

*Comunicador