La corrupción provoca hastío y zozobra a quien se conduce de forma honrada en la sociedad. La última algarada es el caso Erial (el encarcelamiento de Zaplana) que ha ocasionado otra enorme sacudida a la sociedad española y a la imagen de nuestro país. El hecho de que el partido que gobierna España esté sumido en una continua congoja por la corrupción interna, provoca que el foco de los países que nos rodean se centre en estos factores. Es poco comprensible que el presidente que se presenta ante la Unión Europea como el máximo representante de la recuperación económica, el que lleva camino de convertir a España en una de las locomotoras europeas, sea, a su vez, el presidente de un partido carcomido por la corrupción.

A los ciudadanos nos preocupa la imagen externa, pero más la impotencia de estar ante situaciones inevitables, como el hecho de que el partido más corrupto sea el más fuerte, el único con capacidad para gobernar. Pero si sirve de consuelo, la corrupción la conocemos porque el Estado de derecho funciona. La sensación que padecemos de desánimo o desaliento, la que podemos estar sufriendo, la produce la propia salud renqueante de la democracia.

Supuestamente, se ha intentado ocultar la corrupción y un claro síntoma de ese intento es la presión a la que se ha sometido al Ministerio Fiscal para evitar sus actuaciones en estos asuntos, una práctica que se ha llevado por delante a los dos últimos fiscales generales. Seguir reivindicando la calidad democrática en todos los ámbitos de la vida pública española es lo único que nos queda a los que seguimos creyendo en la democracia como medio de convivencia. Creo que lo mejor es luchar para mantener fuertes los pilares sobre los que se sustenta nuestra nación.

*Secretaría de Políticas Sociales y LGTBi PSPV-PSOE Castellón