El otro día, al comienzo de toda esta locura, me decía una de las dependientas del supermercado: «Ya ves, tengo a la niña en casa con una montaña de deberes que ni yo misma entiendo y a mí no me pagan para ser maestra». Ese comentario, devastador y triste, refleja una amarga realidad que nos obliga a plantearnos seriamente qué estamos haciendo desde la educación para mitigar los efectos que esta situación está teniendo y va a tener en nuestros hijos e hijas. Porque sí, la Escuela existe porque es necesaria, porque proporciona un valor añadido al currículo académico que va más allá de los meros contenidos teóricos. Valor añadido que tiene que ver con el conocimiento práctico, la socialización, el juego, el trabajo en equipo, el saber vivir en sociedad. En definitiva, tiene que ver con el desarrollo de las competencias clave de las que tanto se habla y tanto cuesta que entren de manera contundente en nuestras aulas.

Los datos de la Unesco al respecto del cierre de las escuelas es terrible: más de 1.500 millones de estudiantes permanecen en sus casas, eso supone más del 91% del estudiantado mundial, el 91% de la sociedad del futuro. Este cierre no solo está afectando de manera evidente a la formación del alumnado, sino que además aumenta las desigualdades, pues no todas las familias tienen acceso a la tecnología necesaria y, sin la tecnología, no pueden conectarse y seguir las actividades académicas. Asimismo, muchas tampoco tienen los conocimientos necesarios para poder orientar a sus hijos e hijas.

En este sentido se están llevando a cabo iniciativas, como liberar las redes domésticas para que aquellos con menos recursos puedan acceder a internet o crear cadenas humanas para hacer llegar las tareas. Pero no son suficientes. La digitalización es un avance. Pero, por sí sola, no solventa los problemas. Necesitamos profesionales detrás, que lo den todo para que la brecha que va a suponer esta etapa no repercuta de manera irreversible en los pequeños.

Y esto nos lleva a otra desigualdad, que tiene que ver con la edad y el valor añadido de la Escuela. Y es que, dentro de la edad escolar, cuanto más pequeños, más importante es la vida en el aula para aprender a relacionarse, a la par que es más complicado el acceso a internet. Es decir, con el confinamiento, los más pequeños no van a poder relacionarse con sus iguales, y además van a necesitar a sus progenitores para acceder a contenidos, tareas y actividades escolares. Y una vez accedido, van a necesitar su supervisión constante, no control exhaustivo, pero sí supervisión. Y eso, de nuevo, no es fácil. Sin ir más lejos, en casa de trabajadores esenciales, esa atención no puede ser la misma y, en algunos casos, puede ser imposible. En Austria esta situación se ha solventado, no sin críticas, manteniendo abiertas escuelas y guarderías para alumnado de trabajadores esenciales.

AQUÍ de nuevo volvemos a la idea del valor añadido y la pérdida irreparable que puede suponer no hacer nada por intentar paliar la ausencia de todas aquellas actividades escolares imprescindibles, más allá de enviar deberes. Esta nueva forma de trabajar exige que el alumnado sea autónomo y autosuficiente. Y este confinamiento les ha obligado a serlo de la noche a la mañana. Porque sí, a aquellos que no han podido ni siquiera elegir el color de la tapa de sus libretas, ahora se les pide que se regulen el tiempo, que entiendan contenidos o que se busquen la vida para entenderlos, vía foro con el profesorado, familias o videotutoriales. Pero, en cualquier caso, estamos dejando la responsabilidad en sus manos.

Así, esta asunción de autonomía que podría, y debería, tener un pase en el estudiantado más adulto, no podemos darla por sentado en el resto. Es decir, aulas virtuales, con contenidos y actividades a desarrollar durante el confinamiento, pueden ser suficientes, de manera temporal, en alumnado más adulto, con otros recursos a su alcance. Pero en las etapas escolares necesitamos algo más, necesitamos que los recursos digitales se utilicen de otra manera, ideas innovadoras que nos ayuden a acercarnos lo más posible a las situaciones escolares que no son de contenidos, sino de competencias sociales. Necesitamos contextualizar los aprendizajes, vincular los contenidos a la realidad para que los más pequeños puedan entenderla. Necesitamos apoyar a las familias, proporcionarles pautas y recursos porque son nuestras manos, ojos y oídos durante estos días. No estamos en una situación normal, no podemos seguir como si nada estuviera pasando. La realidad está siendo dura, no se trata de ocultarla, se trata de comprenderla y ayudar a que la comprendan.

Nos encontramos en unos momentos de incertidumbre en los que no sabemos ni cuándo ni cómo vamos a volver a la normalidad. Es posible que tardemos en tener un remedio para esta enfermedad, e incluso que en otoño nos encontremos en una situación similar a la de ahora. Los profesionales de la educación debemos formarnos y trabajar desde ya en el desarrollo de nuevas ideas para aprovechar el potencial de las TIC y llevarlas más allá de lo que ya hacíamos con ellas. En nuestras manos está que la covid-19 solo afecte a la salud. Ahora nos ha pillado desprevenidos, pero ya no tenemos excusa. En palabras de Michael Fullan: «La urgencia es covid-19. Pensar de nuevo en la educación, concentrarse en aquellos que necesitan ayuda, mientras nos tomamos 2020 para crear un sistema mejor».

*Investigadora de Mètodes d’Investigació i Diagnòstic en Educació-Universitat Jaume I