El producto interior bruto (PIB) de España ha vuelto a resistir en el tercer trimestre mejor que otras economías occidentales. Pero este crecimiento no se traduce en empleo y menos de calidad. Los indicadores de ocupación y de consumo son precarios aunque los datos macroeconómicos sean positivos. Un buen crecimiento del PIB es condición necesaria pero no suficiente para el crecimiento armónico.

En el inicio de la campaña electoral no parece que la economía vaya a tener un papel relevante. Y no es porque la situación no sea preocupante. El riesgo de estancamiento es real y los partidos deben dar respuesta. Una parte sustancial llegará desde la Comisión Europea, pero algunas decisiones dependerán de las instituciones españolas, que tienen la cabeza en otra cosa. Es un mal camino para afrontar lo que nos viene. La salida de la crisis se ha hecho con atajos. Quizás no había otra, pero crecen los síntomas de agotamiento. Cumplir con un déficit bajo y mantener la inflación a raya es loable, pero insuficiente. Es el momento de reformas estructurales. Sin ellas saldremos de la crisis como hemos llegado.

La solución es entender el problema: el trabajo compite en un mercado global en el que los salarios viven la nueva realidad. Hay que actuar frente a actividades que esquivan la fiscalidad local y los productos de mercados protegidos, y reivindicar que suba el salario mínimo.