L La escalada del precio del petróleo a causa del ataque con drones del sábado contra dos refinerías de Arabia Saudí ha hecho saltar todas las alarmas en los mercados por el efecto dominó que sobre la economía mundial puede tener el encarecimiento de los derivados del oro negro, partida esencial en la previsión de costes de cualquier sector. Aunque Estados Unidos dispone de unas reservas equivalentes a más de 600 millones de barriles y los principales países de la UE tienen reservas de maniobra para afrontar la reducción momentánea de suministro, la sola posibilidad de que los pozos saudís dejen de bombear durante varias semanas la mitad de lo habitual -el 5% de la producción mundial- hace temer que se repita una situación similar a la de 1991, cuando la primera guerra del Golfo desbocó el precio del Brent en el mercado libre.

Si a ello se añade la posibilidad de una respuesta militar contra Irán, algo que Estados Unidos sopesa, se multiplican los augurios de una tormenta perfecta que descontrole la estabilidad de precios de los últimos años en medio de los vaticinios de todos los días sobre una nueva recesión.

Por desgracia, el esclarecimiento de la autoría del ataque -iraní o de los rebeldes hutís de Yemen- tiene una importancia relativa para serenar los ánimos porque lo que está en juego es la hegemonía en el golfo Pérsico, a la que aspiran los saudís, un objetivo que tiene poco que ver con las sutilezas de la diplomacia y la contención del precio del crudo.