De Venezuela no llegan más que malas noticias. Las últimas, el atentado con drones cargados con explosivos que sufrió el presidente, Nicolás Maduro, en un solemne acto televisado el pasado fin de semana. Maduro salió indemne del atentado, y de inmediato la maquinaria propagandística del régimen acusó a Colombia, Estados Unidos y la oposición de haber perpetrado el atentado. Con una rapidez que ojalá demostrara el régimen en otros asuntos, la policía ya ha detenido a seis supuestos terroristas, a los que ha vinculado con el expolicía rebelde Óscar Pérez, que fue asesinado durante el pasado mes de enero junto a otras seis personas más en una operación del Gobierno.

Más allá de las sombras que genera el atentado, el Gobierno de Maduro lo ha aprovechado para tratar de desviar la atención de la opinión pública de la gravísima situación económica, con una inflación que, según el FMI, podría alcanzar el millón por ciento y con medidas económicas como la de lanzar como moneda nacional un nuevo bolívar soberano con cinco ceros menos que el actual vinculado a la producción petrolífera. Maduro sigue instalado en su retórica encendida y en su numantismo político (la autocrítica «es contrarrevolucionaria» y «anti patria», declaró hace poco el presidente venezolano) mientras el país sigue a todos los efectos en caída libre.

El Gobierno venezolano no debe utilizar el ataque con los drones para protagonizar el enésimo ejercicio de autojustificación. Debe aclarar en qué términos lo investiga y ser transparente en las acusaciones contra los detenidos y en las pruebas en las que se basan. La búsqueda de un enemigo exterior y de otro interior no servirá para paliar el desabastecimiento de las tiendas ni para mejorar la calidad de vida de los venezolanos. Al contrario, tan solo agudizará la crisis política que se retroalimenta con la económica.

La violencia jamás puede ser la solución a los gravísimos males de Venezuela, tanto si la ejerce el Estado como aquellos que se oponen al régimen chavista que ahora lidera Maduro. Los problemas venezolanos van más allá de la propia figura del presidente, y requieren con urgencia un plan de choque en el que no caben intentos de magnicidio ni la manipulación propagandística en términos de épica revolucionaria del atentado con drones. La única preocupación de quienes tanto hablan en nombre de Venezuela debería ser contribuir a que el país remonte el vuelo.