Conmoción, estupefacción, desasosiego. Aunque previsto, un 155 durísimo. Una reacción que no sorprende y que se extiende a otros territorios. Más días para seguir destruyendo, más angustia, rabia, dolor. Más días para agitar el odio, el desencuentro. ¿Qué va a pasar a partir de ahora? ¿Declaración unilateral de independencia sin unanimidad en el Govern? ¿Detención de Puigdemont y Junqueras? ¿Más detenciones? ¿Pueblos tomados en nombre de la ley? ¿Cierre de TV3? ¿Del Parlament? ¿Más confrontación?

Mis palabras se hielan, casi no tengo. Este fin de semana, a golpe de redes sociales, se ha vivido la cruda realidad. La reciente muerte de Federico Luppi deja aquella frase en el exilio: «la patria es un invento», de Martín (Hache) la genial película de Aristarain. Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universitat de València, recordaba ayer que «entre democracia y demagogia hay una relación que ya advirtiera Aristóteles. En nombre del pueblo se ha justificado el horror». Alguien, no recuerdo, añadía: «agitar la devoción por todas las banderas conlleva un riesgo ingente ya que desata impulsos irracionales». El fin de semana incorporó a Alberto Garzón diciendo que, «cuando el derecho de autodeterminación lo exigen las partes más ricas, hay que sospechar». Sumemos la tristeza y decencia del PSC y, por supuesto, los recados de Gabriel Rufián: «Quiten sus sucias manos de Cataluña. Esta generación ya tiene su 23F. Hay que poner fin a los pactos municipales con el PSC. Todos. Jamás olvidaremos». Mi amiga Carmen Ninet escribía con dolor que aguantar esta dura situación desde la izquierda, sin quebrarse, es casi imposible.

Y están los de siempre, los que vienen escribiendo «el proceso», los que no dejan de mandar y dicen que «vamos a restablecer el orden, somos los únicos garantes». Y dan miedo. ¿Qué orden? Porque hablar de ley desde un partido con centenares de imputados por corrupción es inmoral y más provocación. Las redes sociales, fuente informativa de medios de comunicación, mostraban también como Lluís Llach llamaba «cerdos» a la UE. O como la exministra M. A. Trujillo rechazaba que un restaurante le sirviera en Madrid agua Font Vella. Me quedo con las palabras de mi querido Manolo Mata y su estado de ánimo: «me desconecto de mí misma porque me estoy dando miedo».

*Periodista