Los monstruos se esconden en los armarios. También en los del alma. La infancia está llena de rincones oscuros que nos dan miedo. Esa puerta entreabierta durante la noche que se puebla de seres malignos. Esa ventana por la que se filtra una rendija de luz y por las que imaginamos colarse todo lo temible. ¡Casa!, grita el niño cuando entra en el círculo protector del juego.

Según Save the Children, entre el 10 y el 20% de la población en España ha sufrido algún tipo de abuso sexual durante su infancia. Se estima que solo el 15% de los casos son denunciados y, generalmente, «con un final bastante amargo». La oenegé apunta cuatro escenarios que dificultan la denuncia: el miedo a contar un abuso, el escaso amparo que encuentra quien se anima a relatarlo, los errores del sistema al tratar las denuncias y los tiempos de prescripción del delito.

De media, un niño sufre abusos sexuales durante cuatro años, una eternidad en la infancia. El miedo a relatarlo es paralizante. No se entrevén salidas a una relación que ni siquiera se acaba de entender y que, de algún modo, ha conformado la personalidad del pequeño. Si finalmente el niño se atreve a contarlo, no siempre encuentra el apoyo que necesita. El 70% de personas que sufrieron abusos asegura que se lo contaron a alguien. Si la confesión se convierte en denuncia, solo el 30% de los casos llega a juicio oral. Y, por último, el muro de la prescripción protege a los depredadores.

En multitud de hogares, muchos más de los que intuimos, mucho más cerca de lo que imaginamos, hay armarios que ocultan todos los terrores infantiles. Nunca se hablará suficientemente de pederastia si la información sirve para arrojar un poco de luz y conseguir que un solo niño sea capaz de alzar la voz o un adulto atesore la fuerza suficiente para enfrentarse a su pasado.

Para desenmascarar el mal, la comprensión y el apoyo a las víctimas son tan importantes como la educación. Formación para todos y a todas las edades, pero especialmente para los niños. El papel del profesorado, de los padres y las madres es determinante en la prevención. El tema debe abordarse desde edades tempranas y de un modo que los más pequeños sepan comprender. Las relaciones de poder no contienen salvoconductos para acceder al cuerpo de otros, ni el afecto debe contemplar la sumisión. Educar en el respeto y cuidado al cuerpo propio y ajeno es un arma contra la pederastia y una vacuna contra los abusos.

*Escritora