Por respeto a nuestros mayores un buen día inventamos aquello de «la tercera edad», pero no nos atrevimos con «la cuarta». La tercera son aquellos jubilados/as que juegan a la petanca o al parchís, se apuntan a viajes y excursiones del Imserso y malcrían a sus nietos y nietas. La cuarta son aquellos/as perfectos/as ancianos/as que, cuidados/as por sus hijos/as, sus nietos/as, por el personal de la residencia o por nadie consumen sus días --como en su momento cantaba Jacques Brel-- yendo de la cama a la ventana, luego de la cama al sofá y, finalmente, de la cama a la cama, jugando a recordar con la mirada caída y sintiéndose culpables de su ahora quienes fueron de niños.

En las guerras, la heroicidad no recae sobre quienes estuvieron al mando de tal o cual batallón o bombardearon tal o cual objetivo: los auténticos héroes y heroínas son los miles y millones de personas que, buscando la paz, solo encontraron hambre, miseria, muerte y olvido.

En tiempos de guerra, lo primordial es proteger a la población civil, la que no dispone de armas para defenderse. ¡Dios mío! ¿Por qué ninguna alta autoridad sanitaria ni política pensó desde el minuto menos cero de esta pandemia en salvar a nuestras enciclopedias humanas, sacándolas de sus nidos de infección y separándolas antes de contagiarse los unos a las otras?

De haber sido así, tal vez los sanitarios y sanitarias de distintos puntos del país no hubieran tenido que escoger, a falta de ucis y otros recursos, entre susto o muerte.

Los medios de comunicación nos ofrecen diariamente el número de defunciones, pero no me basta: quiero saber de sus caras, edades, nombres y apellidos para imaginar la gran novela escondida detrás de cada persona; muchas de ellas debieron nacer o crecer entre bombas y se han ido solas, bombardeadas por las torpezas gubernamentales en materia de vida humana. Descansen en paz todos ellos.

*Director teatral