La democracia es como una carrera de relevos. Las legislaturas se suceden entregando el testigo. La diferencia es que puede cederse al mismo equipo o al rival. Lo importante es que todos percibamos que no lo estamos cediendo al enemigo. No es lo mismo competir contra rivales que contra enemigos. Normalizar la discrepancia y gestionar las divergencias forma parte de todo ideal de convivencia que se precie. En la teoría política clásica uno de los atributos fundamentales del buen gobierno era garantizar la paz. A partir de ahí todo lo demás sería probable o posible. Una paz que, en nuestro contexto histórico, podríamos asimilar al respeto y la convivencia.

En estos días estamos asistiendo a los primeros pasos de unas renovadas instituciones democráticas. Se supone que pronto completaremos la composición de todos los gobiernos del conjunto del estado. Por primera vez otearemos por delante un vasto horizonte exento de nuevas convocatorias electorales. La reciente condensación de votaciones nos permitirá desarrollar, a priori, una gobernanza sin interferencias durante cuatro largos años.

La política debería encontrarse consigo misma, con sus retos, sus desafíos, sus promesas, sus contradicciones. Como la vida misma, tal vez una de esas facetas de la vida que corrige y aumenta su versión más histriónica y bufa. No en vano la escena y los focos acaban acelerando la distorsión de todo. Pero siempre hay que tener esperanza. Me refiero a la necesidad de no desperdiciar este cuatrienio. No tirar el testigo al suelo. Debemos asumir colectivamente la trascendencia de estos cuatro años para el futuro de todos. Serán años fundamentales para que nuestro país y esta sociedad interpreten acertadamente los cambios que se avecinan.

El mundo se transformará a pasos agigantados. En pocos años fluirán en el mercado laboral profesiones que hoy todavía no existen. Más del 70% de las tareas que se dan en muchos de los oficios de hoy son robotizables y veremos esa mutación. El sistema formativo actual precisa de una enorme cura de humildad, realismo y readaptación al mundo real. Lo cual no entraña que deban desaparecer las disciplinas vinculadas a las humanidades. Al contrario, la formación en filosofía y pensamiento crítico será el gran valor añadido cuando la inteligencia artificial comande buena parte de las decisiones a todos los niveles. Solo la capacidad de reflexionar permitirá asegurar algún vestigio de la civilización humana tal y como la hemos concebido hasta hoy. La cuarta revolución industrial fusionará lo físico, la digital y lo biológico. La medicina regenerativa, la bioimpresión, la velocidad meteórica del cálculo computacional, la Internet de las cosas, el bigdata concebido como un gran hermano sin control ya no es ciencia ficción. El cambio climático y la descarbonificación de la economía emergen como urgencias que no admiten tregua. Seamos conscientes de lo que viene y actuemos dondequiera que tengamos oportunidad de hacerlo. Nos podemos hacer el muerto pero eso no resuelve nada. Decisiones en lugar de divagaciones o dilaciones. Este es un tiempo que exige determinación y coraje. Política en mayúsculas. No podemos regalar ni un minuto a la política de vuelo raso. El futuro empieza hoy. O ayer.

*Doctor en Filosofía