Encerrada en este mundo B y sabiendo que jamás volverá el A, el C me parece terriblemente inquietante. Me parecen marcianas esas imágenes de gente corriendo en manada cerca de las playas o en bicicleta por la montaña. Yo no paseo. Nunca me ha gustado salir de casa sin saber adónde voy, no le encuentro la gracia. Y sinceramente, la salida al mundo C la esperaba con más glamur. Me deprime ver en qué se ha convertido mi ciudad. No me gusta. Cada vez que salgo para hacer algún recado, solo pienso en el momento de volver a mi cueva.

Igual me equivoqué en definir el mundo en A, B y C. Y lo que tendría que haber pensado es que lo que cambia no es el mundo, somos nosotros. La Imma A es diferente de la B que tiene miedo de la C. Mi temor es volverme miedica y paranoica. Que cada vez que abrace a mis padres me entre el pánico por si los contagio. Que nunca más volvamos a relajarnos viajando en metro y que nos convirtamos en personas ariscas. No quiero llevar mascarilla, me falta el aire y me ahoga. Pero si no me la pongo, la gente me mira mal aunque mantenga mi distancia de seguridad. Quiero amor físico, quiero hacer manitas en el cine y quiero sonrisas. Y no quiero para nada la nueva normalidad sexual. Los tips para practicar sexo con seguridad pasan por no mirarse a la cara, no practicar sexo oral y no besarse. ¿En serio? ¡Esto no es sexo ni es nada!

Quiero que mi sobrino me siga dando besos de vaca lamiéndome la cara. Quiero ir a ver a Paul McCartney con mi madre y quiero compartir mesa con extraños. No hay nada que me guste más que hablar con desconocidos mientras tomo un café en el bar. No normalicemos esto, por favor, porque si lo hacemos todos preferiremos estar en nuestra cueva y no salir jamás. Y no creo en los Reyes Magos. Llevamos 30 años esperando la vacuna para el VIH. ¿Quién nos asegura que esta la encontrarán antes?

*Escritora