Querido/a lector/a, créeme si te digo que a pesar de que me interesa y me conmueve la política, estos días he visto un debate o tertulia política (de esos que invaden los medios) que me ha provocado cierta vergüenza e indignación.

No me molesta la confrontación de ideas cuando así se da. La entiendo como necesaria porque ayuda a conocer las diferentes propuestas y facilita que los ciudadanos ejerzan su libertad, su voto, con conocimiento. Además, es evidente que tanto el desarrollo como el crecer, la cooperación necesaria, las soluciones… reclaman ese careo comparativo. En última instancia, sino fuera así y las ideas y propuestas no se abrieran a la crítica y contribución de otros (políticos, periodistas, ciudadanos…) es indiscutible que corren el peligro de encerrarse en si mismas y quedar estériles. Incluso, para que quede constancia de que no tengo nada contra esas discusiones organizadas, acepto como algo lógico y natural el alto nivel de pasión y visceralidad que algunos suelen generar.

El problema, y siempre según mi criterio, aparece cuando se habla y se discrepa sin aportar remedio a las necesidades que sufre el ciudadano. El problema se mantiene y se agrava cuando sin nada que esclarecer se pasa a la crítica personal y del partido y a todo tipo de descalificaciones. Circunstancia esta que provoca lo contrario de lo que se busca: no arregla nada y, encima, denota demasiado a menudo que uno de los problemas de la política son los políticos al no situar como prioritario de su acción el bien común. Al tiempo, aparece entre quienes miran esos programas, aquello del todos son iguales o la indignación reaccionaria que solo sirve para desahogarse y alejarse del compromiso. O dicho sea de paso, solo ayudan a difuminar la idea esencial de mantener vivo y con esperanza el horizonte emancipador de la política. Si, algunas de estas tertulias son improductivas.

*Analista político