Querido lector/ra, el martes pasado me encontré con un claro dilema: o ir a la feria con mis nietos o ver en TV3 la sesión del Parlament de Cataluña que, en teoría, debía ser histórica porque iba a proclamar la independencia de Cataluña.

Créanme que resolver la duda no era fácil. No se trataba de elegir entre la vocación y la obligación, sino entre distraerte con los nietos o ser testigo de lo que parecía iba a ser uno de los eventos políticos más importantes y polémicos de la época en que nos ha tocado vivir. Pero mira por dónde, las dulces fieras no quisieron ir a la feria y abrí la televisión y la entendedera.

Ahora bien, si me preguntan ¿qué pasó?, les diré que no lo tengo todo claro. En lo que afecta a la independencia y, a fuerza de ser sincero, reconozco que vi y escuché cómo se declaraba pero no se declaraba la independencia de Cataluña y, también, cómo se suspendía una declaración que no se hizo y, en consecuencia, no se podía suspender. No obstante, quedó constancia de que los diputados portavoces no estuvieron al nivel parlamentario, político, ideológico, de alternativas…etc, que la grandeza de Cataluña y del supuesto Estado que nacía exigía. Así, Puigdemont desde la simplonería habló para buscar aliados en la UE. Inés Arrimadas, de Ciudadanos, y García Albiol, del PP, lo hicieron en castellano y, ella, parecía la representante del Parlamento Andaluz en Cataluña; y él, el portavoz de la Policía y la Guardia Civil que participó en el 1-O. Lluís Rabell, de Cataluña Sí que es Pot, no dijo tonterías, pero al leer su discurso perdió protagonismo. Al final solo el dialogante Iceta del PSC y una disgustada Anna Gabriel, del CUP, aportaron el contenido y el tono que el acto requería. En definitiva, un pleno del Parlament de Cataluña que provocó la atención de España, de la UE y del mundo, pero no consiguió que los diputados se escucharan y levantaran la vista de sus móviles. Decepcionante.

*Experto en Extranjería