Empezamos un nuevo curso escolar con los mismos problemas con los que acabamos el anterior. Es más, diría que, incluso con los mismos que empezamos en el 2016-2017, el primero completo de la era Marzà.

Una era Marzà marcada por la herencia de los barracones que no ha sabido eliminar la Conselleria de Compromís. 12.000 niños volverán a aulas de chapa y plástico, cuando prometieron su desaparición total de la Comunitat. Pero, si nos preocupa lo que dicen y no hacen, más nos preocupa lo que ocultan y luego practican con alevosía y premeditación. Es el caso de la imposición lingüística y el sectarismo en las aulas.

Con la era Marzà se ha esfumado la libertad de elección. Este año algunos padres se habrán quedado otra vez sin la oportunidad de elegir qué centro prefieren para sus hijos o en qué idioma quieren que estudien. 200 colegios han aplicado ya el proyecto experimental de inmersión lingüística del valenciano. Es decir, 200 colegios donde el castellano ha quedado como una asignatura residual. Y, ojo, a utilizarla más de la cuenta. Y es que la Conselleria en su afán por copiar el sistema educativo catalán espía a los alumnos a través de cuestionarios sobre la lengua en qué se comunican en el recreo, en los baños o en el pasillo.

Pero lo más grave es que esta imposición está tapando lo importante: la falta de medios y recursos, especialmente en la educación inclusiva y contra el acoso en las aulas, la educación gratuita progresiva de 0-3 años o una ratio de abandono escolar por encima de la media. Dejà vu educativo.

*Portavoz provincial de Ciudadanos y diputada en Les Corts