Las entrevistas de Carlos Alsina se están convirtiendo en termómetro de la solvencia de los líderes políticos en España. Este miércoles, Pablo Casado, candidato del PP a la presidencia del Gobierno, anunció de manera críptica una reducción efectiva del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) al que están vinculados multitud de convenios sectoriales. Lo hizo dando un giro tortuoso al explicar que aplicaría el acuerdo de Rajoy con sindicatos y patronal que contemplaba llegar a los 850 euros en 2020. El Gobierno de Pedro Sánchez lo situó en 900 a principios del 2019. Ciertamente, no dijo literalmente que pensara bajar el SMI, pero todo el mundo entendió lo que entendió. Porque la doctrina del PP sobre el tema es que la subida de Sánchez está destruyendo empleo y porque las consecuencias prácticas de su pronunciamento no podían ser otras que ese recorte. Aunque más tarde intentara corregir su desliz en el mejor estilo de Trump, utilizando el comodín de acusar a los medios de fabricar fake news.

Si aceptamos que Casado sabía qué terreno estaba pisando, está en su derecho de defender lo que le parezca oportuno. Pero tendría que hacerlo en todo caso a cara descubierta y no escondiéndose detrás de un acuerdo social. No obstante, más bien parece que Casado ha expresado tanto afán liberalizador como desconocimiento de los mecanismos de gobierno, en la línea de su gurú económico Daniel Lacalle. La obsesión de una parte de la derecha con este tema resulta ciertamente curiosa. En primer lugar, porque todo indica que la subida del mes de enero no tenido los efectos maléficos que algunos describieron. La ocupación se está desacelerando pero más por culpa de la caída de las exportaciones, el frenazo alemán, que por el impacto del incremento del SMI. En segundo lugar, son muchos los empresarios que llevan tiempo exigiendo un incremento de los salarios para impulsar la demanda interna y contrarrestar de esta manera precisamente las oscilaciones de la demanda exterior. No está claro, como dejó entrever Casado, que para llegar a un acuerdo a tres bandas se deba reducir el SMI. Los empresarios no lo ven de manera uniforme. En todo caso estamos ante una campaña electoral en la que la frivolidad tiñe demasiadas propuestas de los partidos. Se pasan el día viendo la paja del populismo en el ojo ajeno y no ven la viga en el suyo propio. No es extraño que haya tantos indecisos.