Érase una vez una ciudad dirigida por tres gobiernos. Uno de ellos, el que ostentaba la mayor representación, trataba de proteger su gestión ineficaz y su falta de ideas y liderazgo, enfundándose cada día un traje diferente. A días vestía de rojo y conseguía enervar los sentidos de sus habitantes con acalorados debates y a días se disfrazaba de azul pretendiendo mitigar esos ánimos para transmitir seguridad y firmeza. Pero perdía tanto tiempo cambiando de traje que apenas les quedaba para solucionar los problemas de los vecinos.

El segundo gobierno estaba formado por personas adoctrinadas que solo trabajaban para aquellos que compartían su ideal de vida sectaria. Este segundo gobierno utilizaba la lengua y el debate identitario como instrumento para el enfrentamiento entre los ciudadanos.

Y POR ÚLTIMO, el tercero de los gobiernos lo conformaban personajes que defendían postulados extremistas y radicales. Todos estaban más pendientes de contentar a sus respectivos caladeros de votos que de gobernar para todos los habitantes de aquella preciosa ciudad… Y así, en este clima de crispación permanente fue transcurriendo la vida en una población que ya apenas se reconocía en la ciudad apacible y tranquila que fue. Un lugar en el que durante años primó la convivencia y la concordia. Y aunque eran muchos más los que defendían otro modelo de ciudad, los tres gobiernos, aferrados cada uno a su sillón, seguían sembrando la división…

A este cuento, querido lector, todavía le falta un desenlace en el que estamos trabajando, desde la sensatez y el centro político, los hombres y mujeres del Partido Popular. Porque lo vivido estos días en España con el conflicto catalán y con polémicas como la cruz del Ribalta no hace más que reafirmarnos en nuestra posición. Los castellonenses merecemos un final feliz, ¿no cree?

*Portavoz del Grupo Municipal Popular en Castellón