La estadística policial indica que las desapariciones suelen resolverse en un corto periodo de tiempo después de producirse. Acostumbran a ser casos que escapan del foco mediático, nada que ver con esas historias criminales que atrapan a la opinión pública en una montaña rusa de emociones hasta que, en muchas ocasiones, acaban de forma trágica. Y luego está ese grupo de desapariciones como el de la historia de Caroline del Valle que cuenta hoy Mediterráneo, que hace tres años desapareció sin dejar rastro en una discoteca de Sabadell (Barcelona). Tres años de ausencia, tres años fuera del foco mediático, tres años en los que una familia continúa esperando respuestas, tres años en los que resulta muy complicado para parientes y amigos caminar por la estrecha vía entre mantener la esperanza y el humano deseo de poner fin a la historia.

Los sucesos siempre han generado un gran atractivo en la opinión pública, probablemente sea condición humana. Las desapariciones han protagonizado incluso reality shows de éxito en televisión. Pero la familias cuyos casos nos e han cerrado suelen denunciar el olvido que sufren, la sensación de abandono, la escasa sensibilidad social (y en ocasiones incluso policial) con la que se encuentran. No todas las familias tienen dinero para empapelar las calles con carteles, ni acceso a la prensa, ni sus mensajes se convierten en virales en las redes sociales. Es tarea de todos no olvidar a aquellos a quienes una desaparición les cambió la vida.