Querido/a lector/a, parece mentira y suena a cosa vergonzosa y deleznable, porque lo es, pero en España y como se vio en la ley de la Memoria Histórica, aún existen diputados a los que después de más de 80 y 40 años del golpe de Estado franquista o de la Constitución democrática, respectivamente, aún les cuesta aceptar y votar, y hasta se oponen en la práctica, a que se les dé un entierro digno a los españoles republicanos que yacen muertos en las fosas comunes que aún perduran en las cunetas. Pero, peor aún, estos días, la semana pasada, se ha vuelto a ver en el Congreso de los Diputados que, a los partidarios de esa misma cultura política, también les cuesta votar a favor de que se les supriman las medallas, sobresueldos y prebendas a todos aquellos funcionarios (algunos policías, por ejemplo) que en esa época torturaron o violentaron los derechos humanos.

Por cierto, si traigo, o mejor dicho, si vuelve este tema a este pequeño rincón, aún sabiendo que no es cuestión prioritaria (lo urgente es la salida adecuada a la emergencia del coronavirus y el proceso de la reconstrucción económica y social), es porque siendo también asunto esencial aún no está resuelto, sangra, divide y reclama justicia. Pero, sobre todo, porque es evidente que no puede existir una patria decente, democrática y en concordia, si desampara a sus hijos o no defiende su dignidad.

En última instancia, imagino que también lo hago presente porque parece ser que aquel viejo y dramático espíritu franquista, el que no quiso levantar España sobre una identidad colectiva, democrática y compartida por ganadores y perdedores, sino por contraposición a un imaginario enemigo interno de no patriotas ni españoles, aún no ha pasado página y da la impresión de que pulula y toma carne entre los bastidores de la democracia. Lamentable, pero por desgracia tan cierto como triste y constatable.

*Analista político