En marzo del 2016 el ministro griego de Cultura, Aristides Baltás, dirigió una carta a los intelectuales de todo el mundo sobre la situación que padecía su país. Afirmaba que «los griegos, las víctimas de la austeridad, hacen todo lo posible por ayudar a refugiados y a inmigrantes que huyen de la guerra y de la extrema pobreza… Me dirijo a vosotros para despertar las conciencias por todo el mundo con las mil maneras que vuestra creatividad inventará». La crisis que azotaba la Unión Europea, por la cuestión de los refugiados, chocaba con el deber ético (la «xenía» de la Odisea) de la hospitalidad helena y mostraba la impotencia europea, según Samir Nair.

Tal circunstancia era consecuencia de la respuesta dada a la crisis económica por la política de austeridad impuesta por los poderes económicos europeos liderados por Alemania. Su resultado más inmediato fue el impacto directo que tuvo sobre el aumento de las desigualdades salariales en los países con mayores problemas para superar esos años difíciles, a causa de tener las tasas mayores de desempleo.

España y Grecia se hallaban, entre otros, en las situaciones más adversas. En el decenio 2006-2015 aumentaron las diferencias entre los salarios más elevados y los que ganaban menos. España se situó a la cabeza de este indicador desfavorable. Si en el año 2006, la suma de todos los salarios del 20% de la población española que percibía los sueldos más altos era 5,5 veces la del 20% de las nóminas menores, en el 2015 esa cifra aumentó hasta el 6,9. En Grecia también creció en ese periodo, pero menos, a pesar de ser su situación más frágil, y pasó de 6,1 a 6,5. Las desigualdades salariales no crecieron en todos los países; en Portugal esa magnitud decreció de 6,7 a 6, o en Polonia de 5,6 a 4,9.

Surgió entonces la idea de que, si no era posible que algunos países siguiesen el ritmo de crecimiento de los más ricos, podría reformarse el Tratado de Lisboa para que hubiese una «Europa de dos, o de varias, velocidades», según la propuesta de Jean Claude Juncker. Ante esa segregación entre países ricos y países pobres cabe plantear cuestiones como: ¿hay países que son un lastre para la construcción europea?, ¿la Unión Europea ha de ser un club de ricos o un proyecto con raíces históricas y fundamentos compartidos?, ¿concuerda semejante planteamiento con la visión federal europea?

El poderoso ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, en el año 2017 afirmaba que «la idea federal no ha desaparecido, pero por el momento no tiene ninguna posibilidad de materializarse». Schäuble apoyaba, desde su influyente posición, la coexistencia de varias velocidades en la integración de los países dentro de la Unión y decía al respecto que «los estados miembros que quieren una cooperación más estrecha y pueden llevarla a cabo deberían poder hacerlo, y luego los otros los seguirían». La fiscalidad, la policía fronteriza o la defensa común eran ámbitos en los cuales sugería diferenciar los más ricos de los restantes.

Apenas tres años después, se puede afirmar que las ideas de Schäuble sobre la austeridad y la reducción de déficit han llevado a la Unión Europea por mal camino. Una política fracasada que ha alejado unos países de otros y ha enfrentado en cada uno de ellos a grandes colectivos sociales. La fracturación de la UE y el debilitamiento de la cohesión social en los pueblos europeos.

La Unión Europea del siglo XXI ha de basarse, y así se pensó desde el principio, en la fraternidad que la Revolución Francesa plasmó como un logro social a conquistar en pocos años. Sin ella no habrá unificación de los europeos. La implantación de políticas económicas, realistas y armónicas de unos países con otros es fundamental para construir Europa, pero no es su alma. Su alma hay que buscarla en la Novena de Beethoven, la Crítica de la razón pura de Kant, el Partenón, la Enciclopedia… y el Estado del bienestar.

¿Debe considerarse la política de Schäuble como una plasmación del pensamiento único?, ¿todo es mercado, el ser supremo de nuestro tiempo? El reputado economista Thomas Piketty lo niega en su obra El Capital del siglo XXI, y afirma que «lo que mueve el mundo no es la mano invisible del mercado ni tampoco la lucha de clases sino las ideas». Hace tres años que leí ese libro y me causó un impacto extraordinario, pues hallé esperanzas para nuestro tiempo y argumentos distintos a los ortodoxos y fríos dogmas económicos.

Piketty, con su atrevimiento casi visionario, acaba de publicar otra gran obra, Capital e ideología, en la que insiste en que la desigualdad es ante todo ideológica. Incluso, en un artículo reciente, parafrasea la conocida afirmación, de Engels y Marx en el 1848 en el Manifiesto del Partido Comunista, según la cual la historia de las sociedades estaba determinada por la lucha de clases, que Piketty reemplaza por la lucha de las ideologías y de la búsqueda de la justicia.

Creo que el acceso a la educación es el más poderoso instrumento de transformación social y es el principal sustento del progreso humano. Debemos construir la Europa de la Educación y la Ciencia; a ella dedicaré un artículo posterior. Para la integración federal europea, Thomas Piketty esboza varias políticas económicas valientes: el crecimiento del impuesto sobre el patrimonio o una herencia de 125.000 euros para toda persona al llegar a los 25 años. También recupera la cogestión de las empresas, algo que ya apuntó De Gaulle tras el mayo del 68.

Heterodoxia de Piketty frente a ortodoxia de Juncker y Schäuble. Esta última tiene el riesgo de que su rechazo por las clases populares conduzca a una crisis imposible de superar por la Unión Europea y dé lugar a un desastroso crecimiento de los nacionalismos que enfrente a los pueblos europeos entre sí. Quizás convenga recordar las ideas que Stefan Zweig plasmó en su libro El mundo de ayer. Memorias de un europeo, donde insistía en que la unidad europea debía sustentarse en los valores culturales, democráticos y éticos compartidos. Zweig llamaba la atención ante el desvarío colectivo que destrozó Europa en aquel tiempo suyo.

*Rector honorario de la Universitat Jaume I