El viernes 28 de junio se celebró, como todos los años desde 1970, el día del Orgullo LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales). Ese día nos recuerda cómo hace 50 años en el bar Stone Wall de Nueva York hubo una redada policial que reprimió duramente a los gays que en ese momento se encontraban pacíficamente allí sin hacer daño absolutamente a nadie. Su único delito era existir. Eso era lo que le molestaba a una sociedad enferma de puritanismo. Fue el año 1969, soplaban vientos de libertad, de amor libre, y la comunidad LGTB tomó la decisión de reivindicar sus derechos, de no esconderse, de gritar alto y claro que estaban bien orgullosos de ser quienes eran, de sentirse atraídos por quien quisieran y de amar de una forma que podría no ser mayoritaria pero no por eso era peor.

Cada año, con motivo de la celebración de este día, escuchamos los mismos ecos cansinos de quienes consideran que no debería haber un día del Orgullo LGTB. Y tienen razón en una cosa: ojalá no hiciera falta un día del Orgullo. Ojalá miles y miles de personas, que no han cometido más pecado ni falta que amar de una manera distinta, no hubieran sufrido a lo largo de la historia todos los efectos de la discriminación y el estigma. Ojalá no hubieran sido quemados en la hoguera, humillados en los autos de fe, exterminados en los campos de concentración, torturados en los calabozos, expulsados de sus hogares por sus propios padres, rechazados en sus puestos de trabajo, apalizados en la calle, insultados en las aulas, ridiculizados por su supuesta forma de andar, de gesticular y de vestir. Ojalá no hubieran sido repudiados por sus seres mas allegados abandonándolos en la más absoluta soledad. Ojalá después de que hombres con sotanas negras les acusaran de pecadores, pervertidos, viciosos y reencarnadores del demonio, no hubieran llegado científicos con batas blancas que les perdonaban esta supuesta depravación, argumentando que ellos no tenían ninguna culpa porque al fin y al cabo, eran víctimas de una enfermedad provocada por la degeneración de su sistema nervioso. Ojalá nadie hubiera intentado nunca curarles aplicándoles terapias aversivas, aplicándoles descargas eléctricas. Ojalá no hubiera libros en cualquier librería que hablaran de ellos como de una infección social. Ojalá las minorías sexuales (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, intersexuales..) no sufrieran tantos problemas psicológicos que muchas veces llegan al suicidio como consecuencia de la discriminación a la que son sometidos. Ojalá un armario significara lo mismo para un heterosexual que para una persona que no lo es y nadie tuviera que esconderse por miedo a sufrir. Ojalá pudiéramos ver a cualquier ser humano vistiendo como le plazca, adornando su cuerpo como desee, gesticulando y moviéndose como le guste, cogido de la mano de quien quiera y besando a quien le apetezca.

LOS QUE ESTÁN en contra del día del Orgullo LGTB deberían conocer algunos datos como que en un país supuestamente civilizado como los Estados Unidos, un 30% de hombres gays y bisexuales han sufrido alguna agresión sexual a lo largo de su vida, frente al 2-3% de los hombres heterosexuales; un 43% de mujeres lesbianas y bisexuales han sufrido estas agresiones sexuales frente al 11-17% de las heterosexuales; más de la mitad de adolescentes LGB han sufrido reacciones negativas por parte de sus padres, incluyendo la expulsión del hogar (26%) o ser agredidos físicamente (33%); y más del 60% se sienten inseguros en la escuela. Y en nuestro país, las cosas no están mucho mejor para las personas LGTB. Como consecuencia de esta discriminación, los gays y lesbianas tienen 2,5 veces más probabilidad de padecer problemas de salud mental (depresión, abuso de sustancias y suicidio).

Por eso es necesario un día del Orgullo. Claro que sí, orgullosos de ser gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, pansexuales, asexuales o lo que quieran ser. Orgullosos de haberse atrevido a explorar su sexualidad, de reconocer sus impulsos sexuales, de no avergonzarse e intentar vivir con ellos; orgullosos de ser diferentes, de poder amar a múltiples personas con independencia de su cuerpo y sus genitales; orgullosos de haber sido valientes transgrediendo lo que la sociedad les ordenaba que tenían que sentir; orgullosos de defender día a día su derecho a la libertad; orgullosos de haber comprendido la importancia de respetarse a sí mismos y a los demás; y orgullosos de negarse a pedir permiso para ser felices.

Denme una sociedad en la que las minorías sexuales sean absolutamente aceptadas, respetadas y queridas, considerándolas como una riqueza patrimonio de una cultura satisfecha de su diversidad y podremos eliminar, satisfechos, el día del orgullo. Podremos decir que ya no es necesario porque hemos alcanzado una sociedad justa e igualitaria. Pero entretanto, por más que les pueda molestar a algunos, será bueno que recordemos al menos un día al año que nos queda mucho por avanzar como sociedad, que seguimos haciendo sufrir cruelmente a demasiados colectivos como el de las personas LGTB. Y no seamos falaces diciendo que no tiene sentido un día del Orgullo para personas que buscan ser iguales que los demás, argumentando que al igual que no hay un día del orgullo heterosexual, no tiene por qué haber un día del Orgullo LGTB. Porque, al menos que yo sepa, ningún heterosexual sufre, por el hecho de serlo, todas las múltiples formas de discriminación que han sufrido en la historia las personas LGTB.

*Director de Salusex UJI