Las tardes son más tranquilas. Como en un casino cualquiera, aparecen las tertulias al tiempo que se manifiesta el hábito de la lectura. El sol viene ya de atrás y yo no me atrevo a seguir plantando mis torres de arena. Oteo el horizonte en busca del humo de los barcos al tiempo que el corazón me da un salto al observar cerca de mí cómo una señora a quien no conozco tiene en sus manos uno de mis libros de Seres humanos. Se lo digo a Lorenzo y el chico se anima haciendo rayitas y más rayitas para la página siguiente, tal vez esta. Bajo una sombrilla, a mi lado, mi vecino y amigo Juan José Guillez, domiciliado en Madrid y votante moderado que está haciendo crucigramas. Su esposa, Engracia, sonríe asintiendo ante cualquier comentario. Flotando ante la paz de aquel instante con el mar tranquilo enfrente, apenas oigo lo que me dice Juan José:

--Una palabra de seis letras, sinónimo de gozo, que empieza por la pe.

--Placer -le ayudo.

--¿Y el nombre de una ciudad explosiva?

--Granada.

--Granada, claro.

Las mañanas son otra cosa. Apenas sale el sol ya trotan los caballos con sus jinetes, a la orilla del mar. Después aparecen los perros, de todas las razas, de todos los solores, saludando al nuevo día, husmeando con el hocico, mientras sus señoritos se saludan entre sí con monosílabos.

Ya luce el sol cuando los camiones de la limpieza van peinando toda la playa. No distingo bien si son hombres o seres de otro planeta, quienes suben y bajan de los camiones con sus rastrillos.

Ya todo en orden, aparecen las mujeres. De todas las edades, todas dentro de pantaloncitos de deporte y camisetas ajustadas. Y enseguida, las monitoras, muy profesionalmente equipadas; y comienza la tanda de movimientos gimnásticos, flexiones, saltos, carreritas… No hace falta el pito, se emplean las mismas voces y entonaciones que sonaron antes: ¡arriba!, ¡hey!, ¡ya…!

Ya son casi las diez cuando abre el quiosco para la prensa diaria y las familias, con sombrillas y sillas, van llegando a la playa. Una hora después, en Vistamar, Merche y Vicente ya abren Jotas.

También las bibliotecas del mar, con su oferta de libros y periódicos. Y es entonces cuando van bajando los propietarios de los apartamentos. También van llegando los negritos senegaleses ofreciendo sus mercancías. Y si el viento es favorable, se ponen en marcha los catamaranes, las tablas deslizantes, los patines y aumentan los paseos de unos y otros por la orilla del mar. Desde la clásica Escuela de Vela, en els Terrers, nos llega el eco de sus veleros y sus colores.

Pero ya es hora del aperitivo y las voces suben de tono. El ambiente se anima mucho en las barras y chiringuitos.

En el sector de la playa accesible, llegan también algunos minusválidos. Un joven de mediana edad, corteja a una chica muy joven, delgadita, que está en una silla de ruedas.

Por la tarde, ya digo que es otra cosa. El profesor Luis Miralles empieza sus paseos y el pintor Díaz Naya otea el horizonte. H