El diálogo entre los gobiernos de España y de Cataluña acordado en las negociaciones de investidura entre el PSOE y ERC, un camino necesario pero lleno de dificultades, se complica aún más tras la convocatoria diferida de elecciones al Parlament por parte de Quim Torra. Moncloa sostuvo ayer que en las circunstancias actuales no tenía sentido reunir la mesa de diálogo, antes de que haya un nuevo Govern, para rectificar después de que ERC insistiese en que constituirla inmediatamente formaba parte del acuerdo.

Aunque la decisión de poner en marcha la mesa de diálogo sea un gesto de compromiso con la intención de normalizar el contencioso político de Cataluña, es difícil tener ninguna expectativa halagüeña sobre su desarrollo durante el largo periodo preelectoral y, en paralelo, de aprobación de presupuestos que nos espera.

La campaña electoral ya ha comenzado: será imposible acordar nada mientras los partidos preparan sus estrategias para acudir a las urnas en pocas semanas. En ese periodo, cualquier mínimo gesto estará contaminado por la sobreactuación en busca de beneficios electorales a corto plazo mientras que la mesa de diálogo, si se toma en serio, no puede estar al albur del último mitin.

Los prolegómenos de la entrevista del próximo día 6 en Barcelona entre Sánchez y Torra, que se mantiene, no invitan al optimismo. El president insiste en que él irá a la reunión con el objetivo de hablar de la autodeterminación, mientras que el presidente del Gobierno quiere tratar de asuntos más prácticos. Sánchez no se fía, con razón, de las intenciones de Torra, que parece más decidido a entorpecer la mesa de diálogo que a impulsarla.