Querido lector, la semana pasada y durante los días de la investidura, me senté en el sillón orejero de mi casa dispuesto a chuparme los debates de tan magno acontecimiento.

No obstante, y en la medida en que en el Congreso de los Diputados, donde reside la soberanía popular, no se tomaron las decisiones necesarias y urgentes, pensé que asistí a un espectáculo como cualquier otro, pero en este caso sin las palomitas que requiere todo acto televisivo que, como este, es atractivo pero no trascendente ni productivo.

La verdad es que solamente me interesaban dos intervenciones. Una era la de Mariano Rajoy, el del Partido Popular (PP): al fin y al cabo, era y es el Presidente en funciones y podía tener sugerencias de cierto valor. La otra era la de Pablo Iglesias, el de Podemos, la que podía servir para dar pistas sobre si habría pacto y, en consecuencia, gobierno.

Pero las dos me defraudaron. Aunque por honor a la verdad, no me resultaron extrañas, lo dicho estaba en el guión de lo esperado.

Pero digo que me defraudaron porque, en la primera vi a un Rajoy que no solo no aceptó del Rey la posibilidad de presentar su investidura, sino que, además, se alejó de su papel de presidente en funciones, de estadista, y en vez de analizar la situación de España y su futuro y, a partir de ahí cuestionar las propuestas del que solicitó la investidura, se limitó a ejercer el papel de un líder de la oposición que no ofrece nada, pasa de la política y solo se enrolla y enreda sobre el pasado, sobre un José Luis Rodríguez Zapatero que hace años que no tiene papel principal en la política activa y pública.

En la segunda, con Pablo Iglesias me paso algo parecido: y es que, de inmediato dio evidencias, tanto por lo que decía como por el tono que usó para decirlo, de que ese día y en ese lugar no habrían avenencias con el PSOE y Ciudadanos.

Así es que, saqué la conclusión de que Podemos, más que pactos con el PSOE quería ocupar su espacio político y ser el referente mayoritario de la izquierda.

Me acordé de Julio Anguita, del “sorpasso” y de la “teoría de las dos orillas” (en una estaría la derecha, el PP y el PSOE y, en la otra, la izquierda, es decir, ayer IU y hoy Podemos).

¿Habrá acuerdo o no?

¿Habrá un gobierno progresista-reformista que arrincone a la derecha, a sus políticas y a sus formas? No lo sé.

Pero es innegable que, además de imprescindible es claramente posible ¡Sí! ¡Digo posible!

Porque lo exigen los votos y la dramática situación que sufren los ciudadanos. Pero, sobre todo, porque en el marco del centro izquierda existen condiciones de confluencia (más que suficientes) entre el Partido Socialista y los partidos comprometidos en el cambio. Ahora hace falta diálogo, altura de miras y superar los intereses partidistas en beneficio de los sociales y colectivos. H

*Experto en extranjería