Aveces la realidad resulta un despiporre. La semana pasada, el diputado kirchnerista Juan Emilio Ameri tuvo que renunciar por besar los pechos de su pareja durante una sesión parlamentaria que tenía lugar de modo virtual. Las declaraciones del implicado fueron desopilantes: que si se había hecho una operación estética, que si quiso besarle las cicatrices, que si pensaba que no tenía conexión… Todo lo resumió en una frase: «Le di un beso en las tetas, no es más que eso». Eso fue lo que dijo. Medios de comunicación de todo el mundo lo difundieron.

Hay dos cosas interesantes en todo esto. La primera es que se haya pretendido hacer pasar por algo sexual lo que en realidad es una grave falta de respeto al parlamento y a los votantes. En el momento del beso tetero, el diputado Ameri debía estar atento a la intervención de un compañero que proponía gravar con más impuestos a los más ricos. Quedó de manifiesto que no solo no estaba atento al debate sino que las cuestiones privadas le interesaban mucho más que las públicas. Algunos podrán decir que son cosas del teletrabajo. Pero atender debates parlamentarios con una rubia sentada en el regazo ni es oportuno ni sale gratis.

Lo segundo es el uso del lenguaje. «Le di un beso en la teta», dijo Ameri. No dijo «seno», ni «pecho», ni «mama», ni «pera», ni recurrió a la sinonimia existente para denominar al receptaculum lactis femina (cito a Covarrubias ). Dijo «teta». Palabra breve, eficaz y misteriosa. Algunos creen que proviene del indoeuropeo titta y otros, del griego titthe . Poco amiga de poetas clásicos y de susceptibles modernos, pero tan redonda como aquello que nombra. Curioso: en el perfil de Wikipedia del exdiputado Ameri, se dice que fue sancionado por besar «un seno». El tabú perpetuado. Y nosotros celebrando lo que Ameri, al pasárselo teta, ha hecho por el idioma. H

*Escritora