Eespeculamos mucho sobre el futuro alimentario y cada cual dispara su teoría distópica. Los más adictos a la ciencia ficción dicen que con pastillas de colores nos bastará; los más catastrofistas auguran que solo una clase muy privilegiada, con huertos electrificados, tendrán comida fresca todo el año y el resto nos alimentaremos de sus basuras; o bien, repiten como grillos otras voces, los insectos serán la alimentación del futuro.

¿Distopías de futuro? Tal vez pero quizá nos conviene primero analizar las del presente que retratan muy bien la locura de nuestro sistema alimentario y sus disparates.

Importar y exportar estúpidamente no es un caso anecdótico, es intrínseco al libre mercado que sí que tiene leyes que lo regulan: la ley de obtener el máximo beneficio. Son muchos los ejemplos. La organización Local Futures, explica varios, como el caso de México, principal destino del maíz de EEUU, por un valor de 2.600 millones de dólares anuales. Con este cereal en México crían miles de terneros que exportan también hacia EEUU, donde los acaban de engordar, faenar y comercializar... hacia México. Lo mismo ocurre con la pesca capturada en Alaska --bacalao, arenques, almejas-- que desde este estado de EEUU sale hacia China y una vez procesado en sus maquilas es vendido en los supermercados de... EEUU.

EN EUROPA tenemos muchos casos similares. El bacalao pescado en Noruega se manda a China para ser procesado y de ahí vuelve a Noruega para ser vendido en su país y en el mundo entero. Gran Bretaña exporta 15.000 toneladas de galletas cubiertas de chocolate cada año. A su vez, ella importa 14.000 toneladas anuales de... galletas cubiertas de chocolate.

En cuestión de mantequilla, Gran Bretaña produce 150.000 toneladas de mantequilla y, aun cuando en sus domicilios se consumen 170.000, exporta más de 60.000 y finamente, claro, acaba importando más de 80.000. Y bien sabemos qué ocurre con el comercio de carne porcina en Europa.

España es importadora de lechones europeos por valor de 44 millones anuales, que son muchos lechones, que, una vez engordados, al menos más de la mitad viajan de vuelta hacia los supermercados de media Europa.

NO ESTAMOS hablando de un comercio que responda a necesidades climáticas para aprovechar producciones específicas de temporada o alimentos muy particulares; al contrario, es un comercio absurdo que afecta gravemente al clima. Me gustaría saber cuánto suman las emisiones de CO2 que los barcos y aviones provocan en este comercio innecesario. O no, yo también me volvería un poco más loco.

*Periodista