Con corazón dolorido y apenado por la pandemia del coronavirus comenzamos la Semana Santa. Este año, su celebración va a ser muy especial por la situación que sufrimos de tanto dolor y sufrimiento, de oscuridad e incertidumbre, y por el necesario confinamiento en nuestras casas. Llevamos días de silencio y de soledad, de desierto y de auténtica penitencia.

Esta pandemia ha puesto ante nuestros ojos la verdad de nuestra condición humana que, en nuestra autosuficiencia e individualismo, tantas veces olvidamos. Somos frágiles, débiles y mortales; no somos dueños de nuestras vidas ni todo está en nuestras manos. La ciencia y la técnica, pese a sus avances tan beneficiosos, tienen sus límites. Los seres humanos no somos individuos aislados, sino que dependemos los unos de los otros: somos seres sociales, llamados a la convivencia y a la responsabilidad recíproca. Estamos necesitados de la solidaridad y de la caridad de los hermanos; estamos necesitados, sí, de Dios, de su misericordia y de su amor.

¡Ojalá que en el silencio de estos días escuchemos la voz del Señor! Dios nos llama siempre, y más si cabe en esta situación, a volver nuestra mirada a Él y a los hermanos. Confiemos en Dios, está de nuestro lado; se ha hecho Enmanuel, Dios-con-nosotros, para siempre en su Hijo, Jesús, y se ha quedado con nosotros. Jesús sigue sanando y curando a los enfermos, mostrando el amor salvador y misericordioso de Dios, su Padre. Jesús se identifica con los enfermos (cf. Mt 25, 34-40). Cristo está con nosotros y nos dice: «¿Por qué tenéis miedo?» (4, 40).

Centremos nuestra mirada en los misterios de la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que sigue padeciendo con nosotros y por nosotros. Se entrega por un amor totalmente gratuito por nosotros a la muerte en cruz, para redimirnos de nuestros pecados, miedos y sufrimientos, de nuestras soberbias y soledades. Cristo resucita para que en Él tengamos vida en abundancia, esperanza en la enfermedad y en la muerte, y para que seamos testigos de su amor entregado hasta el final, amando a los necesitados de su amor. Confinados en nuestras casas tenemos la oportunidad para ir a lo esencial: Dios, su Hijo Jesucristo, para amar con su mismo amor a todos.

*Obispo diócesis Segorbe-Castellón